INTRODUCCION
La apremiante situación en la que se encuentran millones de refugiados,
personas desplazadas y migrantes en el mundo condujo al Comité Central a adoptar
unánimemente esta fundamental "Declaración sobre las Personas Desarraigadas" el 22
de septiembre de 1995, en la que exhorta a las iglesias de todo el mundo a hacer frente a la
situación de los desarraigados, que constituye uno de los problemas más críticos
de nuestros tiempos, y a tomar iniciativas resueltas para ser la Iglesia del forastero, acogiendo a los
refugiados, los migrantes y otras personas desplazadas, y solidarizándose con ellos.
Con objeto de promover iniciativas concretas a ese respecto, el Comité Central hizo un
llamamiento para que 1997 sea el "Año Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las
Personas Desarraigadas".
Este documento establece un nuevo marco, extendiendo la definición de "personas
desarraigadas" a todas las personas obligadas a abandonar su patria por causas políticas,
ambientales y económicas. Además de una serie de conceptos nuevos, la
declaración propone una ampliación substancial del alcance de los derechos humanos y
de las responsabilidades, al afirmar que todos los seres humanos tienen derecho a permanecer en su
patria, en condiciones de seguridad y de respeto por su dignidad.
Extenso proceso de consultas
Se formó un "Grupo de referencia" compuesto por especialistas procedentes de las iglesias de
seis regiones del mundo para ayudar al Comité Central a redactar la declaración.
La declaración se destina en particular a las iglesias, para exhortarlas a comprometerse
plenamente en el ministerio para con las personas desarraigadas. El testimonio que dan las iglesias y
su defensa de la causa de los desfavorecidos sólo puede ser creíble y eficaz si las
iglesias dan pruebas concretas de su pleno compromiso con esa causa.
En una resolución que acompaña la adopción de la declaración, el
Comité Central insta a las iglesias miembros y organismos conexos:
El Comité Central propuso que se emprendiera una campaña mundial de
movilización de las iglesias, invitándolas a "tomar medidas con carácter inmediato
para garantizar la seguridad y la reintegración de los retornados y de los desplazados internos,
reuniendo firmas por medio de las congregaciones locales para protestar contra la fabricación
de las minas antipersonal".
Les mantendremos informados sobre las iniciativas y las actividades que se emprendan en
relación con esta declaración. A ese respecto, existe un documento de estudio que
acompaña la declaración y proporciona amplia información de base sobre todas
las cuestiones abordadas.
Rev. Myra Blyth
En cada continente existen personas que, desgarradas por la violencia y la
desesperación, se ven obligadas a abandonar sus hogares. Millones de personas desplazadas
esperan una oportunidad para volver a sus casas. A medida que las guerras se prolongan, las
economías se deterioran y el entorno se hace más frágil, las soluciones para los
desarraigados son cada vez más difíciles de alcanzar. En todas las regiones, los
gobiernos están cerrando sus fronteras. Y demasiadas iglesias dan también la espalda a
los forasteros que llegan hasta su umbral.
Detrás de las ingentes dimensiones mundiales que adquiere el desarraigo hoy en día,
hay relatos de dolor, de familias desgarradas, de desesperación y de sufrimientos. Más
de uno de cada cincuenta seres humanos es en la actualidad un refugiado o un migrante
internacional. En gran parte se trata de mujeres, jóvenes y niños. Una gran
mayoría abandona países en el Sur y permanece en el Sur.
Las personas abandonan sus comunidades por múltiples razones y reciben diferentes nombres:
refugiados, desplazados internos, solicitantes de asilo, migrantes económicos. Como iglesias,
debemos dar aliento a todos aquellos que las graves condiciones políticas, económicas
y sociales obligan a abandonar su patria y su cultura, sin importarnos las etiquetas que les impongan
los demás. Las personas desarraigadas son todas aquellas que se ven empujadas a abandonar
sus comunidades: las que huyen por culpa de las persecuciones y de la guerra, las que sufren el
desplazamiento forzoso a causa de la degradación ambiental y las que se ven obligadas a
buscar su subsistencia en una ciudad o en el extranjero porque no logran sobrevivir en su aldea. La
presente declaración se centra en los desarraigados, sin dejar de reconocer que otros muchos
permanecen en condiciones extremadamente difíciles.
Aunque haya sufrido una aceleración en los últimos años, el movimiento de
personas ha sido un fenómeno permanente en la historia humana. De hecho, todas nuestras
sociedades se caracterizan hoy por la pluralidad de culturas, etnias, religiones y lenguas; aún
así, a veces no vemos en los extranjeros a Cristo entre nosotros. Cuando las iglesias se cierran
a los extranjeros que se encuentran en su seno, cuando dejan de esforzarse por ser una comunidad
sin exclusiones como signo y anticipo del Reino venidero, pierden su razón de ser.
Instamos a las iglesias del mundo entero a que vuelvan a descubrir su identidad, su integridad y su
vocación como iglesia del forastero. Se ha reconocido siempre que prestar asistencia a los
desarraigados forma parte de la labor de diaconía (aunque haya sido una labor
periférica para muchas iglesias). Ahora bien, se trata además de una cuestión que
concierne a toda la Iglesia. Somos la iglesia del Forastero - la iglesia de Jesucristo el Forastero.
(Mateo 25: 31-46)
A medida que las políticas gubernamentales se hacen más restrictivas y que se
intensifica la hostilidad de la población para con los extranjeros en cada región, las
iglesias se enfrentan, ahora más que nunca, con el reto de tener que hacer una elección:
¿optarán por ser la Iglesia del forastero y apoyar a los desarraigados, o elegirán
dar la espalda o ignorar el problema? ¿Tratarán simplemente el problema de los
desarraigados en sus programas para los refugiados, o serán la manifestación de la
universalidad del Evangelio y acogerán en su seno a aquellos que reivindican el respeto de su
dignidad como seres humanos?
La koinonía entraña un elevado costo y exige que asumamos las consecuencias de darlo
todo por los demás. En algunos países, trabajar con los desarraigados es peligroso. En
muchos lugares, demostrar sensibilidad hacia los desarraigados no goza de la aprobación de
las congregaciones locales que están preocupadas por los múltiples problemas
acuciantes "entre nuestra propia gente". Al afrontar las causas de la injusticia que lleva al desarraigo
de las personas, la Iglesia debe estar dispuesta a pagar el precio que supone enfrentarse a los poderes
establecidos y a los privilegios.
Esta declaración está dirigida a las iglesias. Como comunidad cristiana, debemos asumir
y confesar nuestros errores. Y debemos encaminarnos hacia la conversión y la
renovación. La credibilidad de nuestro testimonio y de nuestra toma de posición debe
fundarse tanto en la experiencia y dedicación propias como en nuestras convicciones.
Las personas desarraigadas nos recuerdan que nuestro mundo es injusto. El deterioro de las
condiciones sociales, políticas y de derechos humanos hace imperativo que hagamos frente al
pecado de las estructuras y los sistemas injustos.
ESTAMOS CONSTERNADOS POR LA VIOLENCIA Y LA INJUSTICIA QUE PROVOCAN EL
DESARRAIGO Y EL SUFRIMIENTO DE LAS PERSONAS.
Las múltiples causas del desplazamiento forzoso:
1. La guerra, los conflictos civiles, las violaciones de derechos humanos y la persecución por
razones políticas, religiosas, étnicas o sociales están presentes en todas las
regiones del mundo y son las principales causas del desplazamiento humano forzoso.
En los últimos diez años, los conflictos étnicos y nacionales que anteriormente
eran reprimidos, han estallado convirtiéndose en guerras abiertas. La religión y la
identidad étnica se utilizan para promover unos objetivos nacionalistas intransigentes y para
dividir a las sociedades plurales. Los civiles son, de manera creciente, víctimas de la violencia,
en parte por culpa del acceso generalizado a las armas y a las minas antipersonales. Millones de
personas han sido desarraigadas por la violencia: existen 30 millones de desplazados internos dentro
de sus propias fronteras, mientras que otros 19,5 millones se han convertido en refugiados en otros
países.
La violencia contra las personas, las comunidades y pueblos enteros conduce a menudo a la
destrucción del tejido social, la infraestructura económica y el medio ambiente de las
naciones. Esta destrucción de la comunidad es la causa más trágica de la
migración forzosa.
En situaciones de guerra y de conflicto, la violencia sexual contra las mujeres y las jóvenes se
convierte en una estrategia de combate que se utiliza para plantear cuestiones políticas, para
humillar tanto a los hombres como a las mujeres y para desplazar y destruir la vida comunitaria.
Las violaciones generalizadas de los derechos humanos persisten como motivación poderosa
para buscar asilo. En numerosos países, mujeres, hombres y niños son víctimas
de la denegación de un juicio imparcial, así como de torturas, secuestros y asesinatos. A
menudo las mujeres y jóvenes sufren abusos sexuales y violaciones.
El desplazamiento deliberado de poblaciones indígenas y de pueblos colonizados para
expropiarles las tierras y los recursos continúa siendo una forma brutal de desarraigar por la
fuerza a sus habitantes.
2. El grave deterioro de las condiciones económicas y sociales que antes proporcionaban a las
personas los medios para subsistir en sus comunidades tradicionales y en sus propios países
explica el número cada vez mayor de personas que se ven obligadas a desplazarse.
Ese deterioro se debe al proceso de mundialización de la economía. Este proceso
continúa causando desigualdades cada vez mayores de riqueza e ingreso dentro de los
países y entre las naciones. Las nuevas relaciones comerciales van en detrimento de los
países económicamente débiles.
Las principales innovaciones técnicas permiten que la producción y los servicios sean
más "eficaces", pero contribuyen a la pérdida de empleos. El desempleo permanente
aumenta en todas las regiones, provocando a su vez el aumento de la marginación, la
exclusión y del número de personas que se desplazan. Por otro lado, las inversiones con
alta densidad de capital ofrecen demasiado pocas oportunidades de empleo a la creciente
población activa.
El agravamiento de la deuda, acompañado de políticas de ajuste estructural y
políticas fiscales restrictivas impuestas desde el exterior, hacen más difícil la
lucha por la supervivencia. Al mismo tiempo, muchos gobiernos se desentienden de su
responsabilidad en lo que a programas sociales se refiere. La decisión de los gobiernos de
reducir el gasto en esferas sociales necesarias como la salud y la educación, mientras se
mantienen o aumentan los gastos militares, contribuye al empobrecimiento y, en última
instancia, a la desestabilización.
Las consecuencias humanas de los programas de ajuste estructural se ponen sobre todo de manifiesto
en el aumento de la mortalidad infantil y la malnutrición, así como del número de
casos de enfermedades prevenibles y del analfabetismo entre los niños de los países "en
desarrollo". La carga más pesada recae sobre las mujeres - de quienes depende sobre todo el
sustento diario - que deben procurar que no falte comida para la familia. Un número creciente
de personas no tienen otra salida que abandonar sus comunidades en busca de trabajo y sustento.
Cerca de 10 millones de personas son desplazadas cada año a consecuencia de planes de
"desarrollo" intencionados, entre los cuales se encuentra la inundación de grandes extensiones
al construirse embalses y la sustitución de los cultivos de subsistencia por una agroindustria
mecanizada.
3. La devastación ambiental se ha convertido en un poderoso motivo para el desplazamiento
humano a gran escala.
La destrucción de nuestro medio ambiente natural - incluidas la deforestación, la
pérdida de la capa fértil de la tierra, la desertificación - y la degradación de
las tierras agrícolas sin remedio posible hacen inhabitables los asentamientos tradicionales.
Según las estimaciones, existen hoy en día entre 10 y 25 millones de personas que se
han visto forzadas al desplazamiento por razones medioambientales.
La fabricación, el ensayo y el despliegue de armamentos en ejercicios militares, tanto en
"tiempo de paz" como en la guerra, tienen graves efectos sobre el medio ambiente y hacen imposible
un uso sostenible de la tierra que permita el desarrollo agrícola y la supervivencia del ser
humano. La reanudación de los ensayos nucleares sigue siendo una amenaza para la
supervivencia de las comunidades y obliga a un contínuo desplazamiento de personas.
La subida del nivel del mar y la intensidad creciente de las tormentas, los ciclones, los maremotos y
los terremotos auguran mayores desplazamientos en un futuro próximo. Si no se impiden estos
resultados previsibles del calentamiento mundial, causarán la desaparición, en los
próximos decenios, de las naciones insulares y de otras tierras bajas dénsamente
pobladas.
El agotamiento de los recursos naturales, acompañado de la degradación
económica, no sólo empuja a las personas a abandonar sus comunidades, sino que
también origina conflictos por la creciente escasez de recursos.
Cómo se abandona a las personas desarraigadas:
La tendencia mundial es rehuir la responsabilidad de afrontar tanto las causas como las
consecuencias del desplazamiento humano forzoso. Aunque las sociedades no pueden, en
última instancia, hacer frente a la afluencia ilimitada de personas desplazadas, se dedican
demasiado poca atención y escasísimos recursos a prevenir y resolver las condiciones
que conducen, para empezar, al desarraigo de las personas.
En todas las regiones de la Tierra, se está desgastando la solidaridad pública para con
las personas que huyen de la violencia y la pobreza. El inquietante recrudecimiento de la hostilidad
racista y xenófoba se expresa a menudo en violencia contra los refugiados y los inmigrantes.
Estos se convierten con frecuencia en víctimas expiatorias de numerosas tensiones
económicas y sociales en la sociedad y en el blanco de la ira creciente.
En muchos países, la conjunción de la hostilidad pública y las medidas
gubernamentales restrictivas plantea un reto a los valores democráticos y a la jurisprudencia.
Las medidas propuestas o aplicadas para controlar el acceso de los extranjeros suelen también
restringir los derechos civiles y humanos de los ciudadanos y residentes.
Las normas jurídicas internacionales no se cumplen en lo referente a las necesidades
específicas de las mujeres y los niños desarraigados en materia de protección.<>
En la actualidad, algunos dirigentes religiosos evitan tomar partido contra la violencia de la
comunidad para con los extranjeros o los "otros" o deciden no pronunciarse. Demasiadas
instituciones religiosas, incluidas las iglesias, permanecen indiferentes. Además, demasiado
pocas son las congregaciones que acogen o incluyen a los recién llegados de distinto origen
racial, étnico o nacional. Muchas iglesias y numerosos cristianos siguen asociados a
estructuras que excluyen y oprimen al pueblo.
Consecuencias humanas del desarraigo:
Las personas desarraigadas sufren numerosas pérdidas: familia, amigos y comunidad;
estructuras familiares, espirituales, religiosas y culturales que sustentan y definen la identidad
básica de los seres humanos; condición social; bienes, empleo, y recursos
económicos. Con frecuencia tienen que enfrentarse al mismo tiempo con muchas de las
consecuencias del desplazamiento. Para las poblaciones rurales e indígenas, la pérdida
de tierras provoca la pérdida de poder económico y de la identidad cultural y
espiritual.
La violencia, el rechazo y la hostilidad racista contra las personas desarraigadas agravan los traumas
de la migración forzosa al restringir la movilidad, la participación en la sociedad y la
posibilidad de conseguir empleo y servicios en los lugares de tránsito o de refugio. Esta
violencia e injusticia forma parte de la ola de racismo y xenofobia que se abate sobre el mundo y que
produce privilegios y seguridad para algunos, pero confina a otros en la inseguridad y la
exclusión.
Los trastornos que padecen las personas que huyen de la persecución y la guerra son
especialmente graves. Las mujeres y los niños son los más afectados. La amenaza y los
efectos de la violencia sexual contra mujeres y jóvenes desarraigadas atentan contra su
dignidad humana y su integridad y menoscaban su participación en la sociedad, en detrimento
de su bienestar físico, emocional y psicológico.
La trata organizada de hombres, mujeres y niños es una nueva forma de esclavitud, que lleva
aparejada la destrucción de la dignidad y el bienestar de las personas y las familias.
Los niños que quedan separados por la fuerza de sus familias y de los sistemas de apoyo
comunitarios son especialmente vulnerables a las amenazas a sus vidas y a su seguridad. Cuando los
niños permanecen en campamentos de refugiados y en las situaciones de conflicto y las
guerras, la interrupción de su educación produce lagunas en sus conocimientos. Esta
situación acarrea consecuencias a largo plazo para los niños y sus sociedades.
La violencia y la injusticia que producen el desarraigo de las personas y el consiguiente sufrimiento
humano nos incitan a replantearnos nuestras convicciones como fundamento de una respuesta
cristiana.
COMO CRISTIANOS, MANTENEMOS ESTAS CONVICCIONES:
1. Proclamamos el carácter sagrado de toda vida humana y la santidad de la
creación.
"En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra ... y Dios vió que todo estaba bien
.... Por ello Dios creó al Hombre a su imagen ..." (Génesis 1)
Todas las personas están hechas a imagen de Dios. El respeto por la dignidad humana y el
valor de cada persona por encima de diferencias de edad, capacitación, identidad étnica,
sexo, clase, nacionalidad, raza y religión es la piedra angular de nuestra fe. Esta fe nos obliga a
velar por que la vida humana, la integridad física y la seguridad personal sean respetadas en la
legislación y en las instituciones.
Ninguna sociedad puede vivir en paz consigo misma o con el mundo sin un pleno reconocimiento del
valor y dignidad de cada ser humano y del carácter sagrado de la vida humana.
El don de los recursos de la tierra va a la par de la responsabilidad de salvaguardar y nutrir la
creación. Cuando no se nutre la creación, las personas son desplazadas.
Los cristianos reciben el aliento de la tradición de los profetas y del capítulo 21 del
Apocalipsis, el cual nos da la imagen de un Dios que continuamente "renueva las cosas" y que nos
convoca a participar en su obra de renovación.
2. Los valores bíblicos del amor, la justicia y la paz nos obligan a renovar nuestra respuesta
cristiana para con los marginados y excluidos.
"Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.'
Éste es el más importante y el primero de los mandamientos. Y el segundo es parecido a
éste: Ama a tu prójimo como a ti mismo." (Mateo 22: 37-39)
El reino de Dios es la visión de un mundo justo y unido. Las profecías y las
enseñanzas de Jesús incitan a liberar a los cristianos y a prepararlos para tener el valor
de trabajar por la comunidad alternativa, obrar por la paz y la justicia, lo que supone encarar las
causas del desarraigo de las personas.
En el centro de las enseñanzas de Jesús se encuentra el mandamiento de amar a Dios y
de amar al prójimo como a sí mismo. Los cristianos están llamados a contestar a
la Buena Nueva de la opción de Dios para con los marginados y excluidos. El amor de
Jesús es incondicional. Jesús no vaciló en pagar el precio entregándose a
sí mismo con amor.
El profeta Miqueas (6:8) insta a los fieles a hacer justicia, a amar la bondad y a acompañar
humildemente a Dios. No existe paz sin justicia, ni plena justicia sin paz. (Amós 5:24) Nuestra
fe nos alienta a luchar en pro de la justicia y la paz para todos, a trabajar por un mundo en el que las
instituciones económicas, políticas y sociales estén al servicio y no en contra de
las personas.
En la tradición del jubileo (Levítico 25, Deuteronomio 15, Isaías 61:1-2), la
compasión va unida a la renovación del compromiso por la justicia y la paz. El jubileo es
un nuevo comienzo, un punto de partida para un proceso de reconciliación y
reconstrucción de la comunidad, que suscita nueva esperanza.
3. El desafío bíblico de construir una comunidad sin exclusiones nos exhorta a
acompañar a los desarraigados en el servicio y el testimonio.
Por eso, ya no sois extranjeros, ya no estáis fuera de vuestra tierra, sino que ahora
compartís con el pueblo de Dios los mismos derechos y sois miembros de la familia de Dios.
(Efesios 2:19)
El mismo Jesús fue rechazado por su propio pueblo por haber hecho causa común con
los marginados y excluidos. El Evangelio nos dice que Jesús convirtió el amor por el
extranjero y el enemigo en sello distintivo de la comunidad inclusiva de los hijos de Dios.
Siguió la tradición del Antiguo Testamento de acoger al extranjero. (Exodo 23:9;
Levítico 19:33-34; Deuteronomio 24:14-19; Jeremías 5-7)
Los cristianos están llamados a solidarizarse con el sufrimiento, las luchas y las esperanzas de
los oprimidos, perseguidos, marginados y excluidos. El ministerio de acompañamiento y
defensa de la causa de los desarraigados se guía por los principios de testimonio
profético y servicio - diaconía. No podemos abandonar a los "necesitados", ni imponer
límite alguno a la compasión. (Hebreos 13:2, Lucas 10:25-37, Romanos 12:13)
Mientras que el pueblo de Dios decidió descansar con el fin de continuar su camino en pos de
la misión, servicio y promesa, los peregrinajes de fe de las personas que sufren el desarraigo
son una herencia de toda la Iglesia. Ya que nuestra forma de entender el amor divino ha sido
ilustrada a través de la historia de la Iglesia por los relatos de exilio del Antiguo Testamento,
por ello también debe la iglesia recibir hoy en día la palabra de Dios a través del
testimonio de los desarraigados.
Proclamando el Evangelio de esperanza para todas las gentes y recordando la comunión en
Jesucristo, mediante su muerte y resurrección, las iglesias viven su vocación como
comunidades viables y sin exclusiones, acompañando a las personas, compartiendo sus
esperanzas y sufrimientos y abriéndoles un espacio.
Nuestras convicciones cristianas reclaman una renovación de las acciones de las iglesias a fin
de preservar la vida y dignidad, luchar por la justicia y la paz y crear una comunidad junto con los
desarraigados.
INSTAMOS A LOS CRISTIANOS Y A LAS IGLESIAS A PASAR A LA ACCIÓN
La acción empieza con el examen autocrítico de los éxitos y fracasos y la
renovación de las respuestas de las iglesias a los desarraigados y a las causas de su
desplazamiento. La renovación implica plantear la reflexión teológica y
bíblica sobre las causas del desplazamiento y las necesidades de las personas desarraigadas en
el seno mismo de la vida de la Iglesia. Los problemas relativos al desarraigo de las personas deben
debatirse en los órganos rectores y de decisión y en los grupos de asignación de
recursos. Deben crearse o reforzarse los órganos y programas de las iglesias que se ocupan de
estos asuntos.
Esta tarea es ecuménica y mundial. Las iglesias deben trabajar de consuno y en
colaboración con otros sectores de la sociedad civil. Numerosas organizaciones de distintos
ámbitos están muy comprometidas en demostrar su solidaridad con los desarraigados;
ningún sector puede pretender dar respuesta en solitario a las causas sistémicas del
desarraigo.
Buscar soluciones viables a las causas y consecuencias del desarraigo de las personas también
supone mediar con los gobiernos. Esto requiere que las iglesias examinen de qué forma
pueden conservar sus convicciones mientras negocian un acuerdo que sea parte integrante de los
debates sobre política nacional e internacional.
Como iglesias miembros del Consejo Mundial de Iglesias y organizaciones ecuménicas
conexas, debemos asumir el reto de unirnos a las campañas que apoyan la defensa de la vida y
la dignidad, promueven la justicia y la paz mundiales y acompañan a los desarraigados.
Las acciones que los cristianos y las iglesias pueden emprender variarán según los
diferentes contextos nacionales y regionales, y se diferenciarán según la capacidad de las
iglesias. Pedimos a las iglesias que se apoyen mutuamente y colaboren.
1. DEFENDER LA VIDA Y LA DIGNIDAD HUMANA DE LAS PERSONAS
DESARRAIGADAS
Alentamos a las iglesias miembros a proteger y fomentar el respeto hacia todas las personas
desarraigadas: refugiados, desplazados internos y migrantes.
A. Proteger la vida y la seguridad
B. Defender los derechos amparados en la ley y los derechos
humanos
C. Promover normas internacionales
2. LUCHAR POR LA JUSTICIA Y POR LA PAZ
Instamos a las iglesias a tomar medidas para afrontar las causas que originan el desplazamiento
forzoso.
A. Estudiar las razones políticas, económicas, sociales y
ambientales que provocan el desarraigo
B. Participar plenamente en el establecimiento de la paz y en la
resolución de los conflictos
C. Trabajar por una vida plena en los ámbitos económico y
social
D. Promover el derecho de las personas a seguir viviendo en condiciones
de seguridad y dignidad en su propio país.
3. CREAR UNA COMUNIDAD CON LOS DESARRAIGADOS
Instamos a las iglesias a acompañar a las personas desarraigadas, proporcionándoles
servicios diaconales, apoyo y solidaridad sin discriminación.
A. Acompañar a los desarraigados en sus decisiones de quedarse,
irse y/o regresar
B. Proporcionar servicios para satisfacer las necesidades materiales,
sociales y espirituales
C. Apoyar las iniciativas de las personas desarraigadas
D. Juntos en la Iglesia con los cristianos desarraigados
E. Comprometerse a vivir en la diversidad
F. Restablecer la solidaridad pública
ALGUNAS SEÑALES ESPERANZADORAS
Aunque son muchos los que dan la espalda o ignoran a los extranjeros que se encuentran en la
sociedad en la que viven, algunos cristianos y algunas iglesias se están decidiendo a apoyar a
los desarraigados. Algunas iglesias han hecho causa común con los extranjeros y los exilados
durante siglos.
Algunas señales esperanzadoras están apareciendo, en todo el mundo, en las iniciativas
comunitarias y de las iglesias dedicadas a crear nuevos ministerios, nuevos vectores de
cooperación ecuménica, y nuevos modos de defender la dignidad humana y crear una
comunidad viable:
Afirmamos que las iglesias deben estar del lado de los desarraigados. Instamos a las iglesias
miembros a que, guiadas por el testimonio y el servicio en todos los ámbitos de la vida
eclesial, descubran de nuevo su identidad como Iglesia del Forastero...
La declaración es fruto de un extenso proceso de consultas y diálogo
emprendido en los 15 meses anteriores con las iglesias miembros y organismos conexos de todo el
mundo. Más que un documento redactado por expertos en la materia, la declaración es
un resumen de las preocupaciones que expresaron por escrito cerca de 100 iglesias miembros y
organismos eclesiásticos nacionales e internacionales de todas las regiones del mundo, que
presentaron sus puntos de vista tras haber consultado con sus respectivos miembros.
Directora
Unidad IV "Compartir y Servir"
CON LAS PERSONAS DESARRAIGADAS
Aunque cada vez es mayor el número de desarraigados en todo el mundo,
cada vez hay menos voluntad de ofrecerles protección. Los gobiernos de todas las regiones,
siguiendo el ejemplo de los países del Norte industrializado, imponen medidas de control que
restringen la inmigración y "medidas disuasorias" draconianas para evitar la llegada de
solicitantes de asilo y de migrantes. El resultado ha sido que las personas necesitadas de
protección en sus vidas y derechos humanos son formalmente excluidas y estigmatizadas por
los gobiernos.
Para las personas desarraigadas de sus comunidades, la pérdida de la
dignidad humana es una consecuencia abrumadora del desplazamiento, con independencia de la clase
o del sexo. Esta pérdida de dignidad se ve a menudo exacerbada por las actitudes paternalistas
de quienes intentan ayudarles.
del Consejo Mundial de Iglesias
el 22 de Septiembre de 1995