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16 de noviembre de 2001

El Consejo Mundial de Iglesias saluda a la comunidad musulmana mundial al comenzar el Ramadán


El secretario general del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), Dr. Konrad Raiser, ha enviado una carta a los jefes de las comunidades religiosas musulmanas de todo el mundo, para destacar el hecho de que el comienzo del período santo musulmán del Ramadán coincide este año con el Tiempo de Adviento cristiano.

En su carta, Raiser se refiere a los vínculos espirituales que unen a cristianos y musulmanes y que es necesario redescubrir tras los acontecimientos trágicos del 11 de septiembre.

"Como cristianos, nos oponemos a la tendencia, no poco común en muchos países occidentales, a considerar a los musulmanes como una amenaza y a describir el islam con estereotipos al mismo tiempo que se proyecta una imagen de sí mismo positiva", escribe Raiser.

Hace un llamamiento a una verdadera cooperación, a aunar esfuerzos para prestar asistencia a las víctimas , defender los derechos humanos y el derecho humanitario y para "que se intensifique el diálogo entre religiones y culturas".

Raiser ha enviado a las iglesias miembros del CMI y a otras organizaciones ecuménicas y confesionales una copia de la carta enviada a las jerarquías musulmanas. En la carta de acompañamiento, Raiser les pide que estudien "cuáles son las formas más apropiadas en la respectiva situación para compartir con miembros de la comunidad musulmana, durante las próximas semanas, momentos de comunión espiritual y de oración por la paz y la justicia".

Y explica que "ese mensaje pretende ser una expresión de nuestra solidaridad con la comunidad musulmana en estos tiempos de prueba y de nuestro compromiso con el espíritu de diálogo y de confianza mutua que hemos cultivado a lo largo de estos últimos decenios".

El texto completo de la carta a los dirigentes musulmanes puede leerse a continuación:

'Este año coinciden el santo mes del Ramadán y el tiempo santo de Adviento en el que los cristianos se preparan con ayuno y recogimiento a celebrar la Natividad de Jesucristo. Es un signo más entre muchos otros que nos hace "más amigos" y nos une en la obediencia común a Dios. En estos tiempos de prueba es necesario redescubrir los vínculos espirituales que nos unen.

El ayuno nos recuerda la presencia de Dios. Invita a los creyentes, en su vida personal y en comunidad, a volverse a Dios con humildad y amor, para pedir perdón y la fuerza necesaria. El ayuno es un tiempo de misericordia. Recibimos una vez más la gracia de Dios y pedimos esa gracia para otros. Es tiempo de piedad, de profunda devoción y de generosa dádiva. La capacidad de mantenerse firmes que caracteriza a los creyentes y reafirma que los seres humanos no solo tienen necesidad de pan, que sus cuerpos son sus siervos y no sus amos, nos recuerda que tener es compartir. Es un llamamiento a hacer justicia; porque tratar a los otros con justicia es prueba de verdadera piedad.

Los actos abominables del 11 de septiembre fueron condenados con autoridad por personalidades de la comunidad islámica y de las iglesias. El principio Quránico de que nadie cargará con la carga ajena tuvo amplia resonancia entre los musulmanes. Hemos oído a muchos amigos musulmanes recordar a sí mismos y a todos nosotros el mandamiento quránico de que no debemos permitir que el odio de las gentes nos incite a obrar injustamente. Los musulmanes y los cristianos defienden con convicción la justicia, y han puesto en guardia contra la tentación de una venganza ciega y de represalias indiscriminadas. Las iglesias, en los Estados Unidos y en otras partes, han escuchado con humildad la exhortación del apóstol a que no paguemos a nadie mal por mal. Muchos cristianos han expresado su convicción de que la respuesta al terrorismo no debe reforzar el ciclo de la violencia. Todo acto que destruye la vida, sea mediante el terrorismo o la guerra, es contrario a la voluntad de Dios.

Los trágicos acontecimientos de que hemos sido testigos recientemente han demostrado la vulnerabilidad de todas las naciones y la fragilidad del orden internacional. Un mundo en el que más y más personas e incluso naciones enteras son confinadas a la extrema pobreza, mientras otros acumulan grandes riquezas, es intrínsecamente inestable. La tendencia a imponer la propia voluntad -por medio de la fuerza, si es necesario - que se manifiesta en las políticas de las naciones poderosas suscita el resentimiento de los más débiles. El lenguaje de la amenaza y la lógica de la guerra atizan la violencia. Mientras se ignoren o se menosprecien los clamores de quienes son humillados por injusticias sin tregua, por la privación sistemática de sus derechos como personas y como pueblos y por la arrogancia del poder basado en la fuerza militar, el terrorismo no podrá ser vencido. La respuesta hay que buscarla en la reparación de las injusticias que engendran la violencia en las naciones y entre las naciones.

La violencia del terrorismo - cualquiera que sea su forma - es aborrecible, sobre todo para quienes creen que la vida humana es un don de Dios y, por lo tanto, infinitamente valiosa. Cualquier intento de intimidar a otros y de infligirles indiscriminadamente la muerte y el sufrimiento, sean quienes fueren los autores, debe ser condenado universalmente. Sin embargo, ante esos actos inhumanos, la reacción no debe ser estigmatizar a los musulmanes, a los árabes o a cualesquiera otros grupos étnicos. Las iglesias están llamadas a hacer que las voces de fraternidad y compasión ahoguen las de hostilidad, de racismo y de intolerancia. La voz de la fe, que se ha expresado en muchas iniciativas de amistad y de solidaridad, debe vencer la del fanatismo, el miedo y el nihilismo.

Como cristianos, nos oponemos a la tendencia, no poco común en muchos países occidentales, a considerar a los musulmanes como una amenaza, y a describir el islam con estereotipos al mismo tiempo que se proyecta una imagen de sí mismo positiva. Los cristianos deben guiarse en su vida por el mandamiento divino de no decir falso testimonio contra sus prójimos. El encuentro de los cristianos con el islam y con los musulmanes exige honestidad e integridad intelectual. Los cristianos tienen que estar presentes junto a sus prójimos musulmanes en espíritu de amor, respetando sus compromisos religiosos más profundos, y reconociendo lo que Dios ha hecho y continúa haciendo entre ellos. Y así encuentra su verdadero significado el diálogo entre musulmanes y cristianos en el que el Consejo Mundial de Iglesias sigue empeñado. Muchas son las voces que se elevan hoy para que se intensifique el diálogo entre religiones y culturas. Ahora bien, ese diálogo solo puede dar frutos si está basado en la confianza, en un respeto inequívoco de la identidad y la integridad de los otros, una disposición a comprender al otro en sus propios términos y a poner en tela de juicio el entendimiento de sí mismo, la historia y la realidad actual.

Del diálogo de vida entre cristianos y musulmanes en diversas partes del mundo y de sus compromisos comunes, hemos aprendido que nuestras comunidades religiosas no son dos bloques monolíticos que se enfrentan o compiten uno con otro. Hemos aprendido que las tensiones y los conflictos, cuando sobrevienen, no definen ni deben definir fronteras de sangre entre musulmanes y cristianos. Reconocemos que la religión expresa los sentimientos y las sensibilidades más profundas de las personas y las comunidades, sus memorias históricas y suele recurrir a lealtades universales. Sin embargo, esto no justifica las reacciones irracionales que hacen que las personas se enfrenten unas con otras en lugar de aunar esfuerzos, por encima de sus lealtades religiosas, para aplicar los principios comunes de justicia y reconciliación. Es necesario liberar al islam y al cristianismo del peso de los intereses de grupo y de las interpretaciones interesadas de creencias y convicciones. Sus creencias deberían ser la base de un compromiso crítico frente a la debilidad humana y a las deficiencias del orden social, económico y político.

Es tiempo de dar signos de verdadera cooperación, de mancomunar nuestras fuerzas para prestar asistencia a las víctimas y de defender los derechos humanos y el derecho humanitario. Este ámbito de colaboración es decisivo en momentos en que el trabajo humanitario se resiente debido a restricciones y a la desconfianza, y se lo utiliza para fines políticos y de propaganda llegándose hasta a vincularlo con operaciones de guerra. Ha llegado el momento de ahondar en nuestro encuentro, de compartir nuestras penas, nuestras expectativas y nuestras esperanzas.

Queridos amigos:
La oración por la paz de Dios está en el centro de la espiritualidad de musulmanes y cristianos. Al comenzar el mes del Ramadán, los saludamos con una palabra de paz y de amistad.

Que vuestro ayuno, y el nuestro, sean agradables a Dios!'

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