Consejo Mundial de Iglesias COMITÉ CENTRAL Potsdam, Alemania 29 de enero - 6 de febrero 2001 |
Documento No. GS 1.2 |
Recibido
Reunida al final del siglo más violento jamás conocido en la historia humana y en los albores del tercer milenio, la Octava Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias proclamó el período 2001-2010 Decenio para Superar la Violencia. En respuesta a este llamamiento, el Comité Central, en su última reunión, celebrada en agosto de 1999, envió una carta a las iglesias recordándoles la decisión de la Asamblea e invitándolas a participar activa y responsablemente en el Decenio. Junto con la carta, se envió a las iglesias un texto más detallado en forma de "Mensaje" del Comité Central. En ese texto, el Comité Central subrayaba la urgencia insoslayable del Decenio, explicaba sus objetivos y planteaba preguntas para la reflexión y la acción de las iglesias y el Movimiento Ecuménico. En la presente reunión, el Comité Central inaugurará oficialmente el Decenio para Superar la Violencia.
De una manera u otra, la violencia ha sido un tema permanente en el quehacer ecuménico. Y sigue siendo hoy más que nunca una cuestión compleja y candente. Al disponernos a iniciar este importante proceso en la vida y el testimonio del Consejo, considero apropiado compartir con ustedes algunas reflexiones personales.
ENTENDER LA VIOLENCIA
Va más allá del propósito de este informe hacer un análisis antropológico y sociológico de la violencia. Mi reflexión se centrará más bien en cómo superar la violencia. Es importante señalar, en este punto, algunos hechos y perspectivas relativos a la violencia.
1) La violencia es tan antigua como la existencia humana. Afecta a todos los segmentos y a todos los sectores de la sociedad. Está dentro de nuestras familias, de nuestras estructuras, de nuestras iglesias, de nuestros barrios y de nosotros mismos. Al convertirse en fenómeno mundial, el problema ha adquirido una dimensión y una urgencia nuevas. La ola creciente de violencia mundial amenaza el medio ambiente y está atrapando a todas las sociedades. El mundo bipolar ha desaparecido y, sin embargo, cada vez hay más guerras. Las naciones se parten, se rehacen las fronteras, se modifican los mapas. Los prejuicios étnicos, nacionales y religiosos suscitan conflictos violentos, y el odio fragmenta las sociedades. La violencia afecta también a nuestra teología, nuestra espiritualidad, nuestra propia concepción de cristianos y de iglesia.
2) La violencia significa agresión, utilización abusiva de la fuerza, sea física, emocional, espiritual, con la intención de causar daño. El miedo, el odio, la injusticia, la inseguridad y el prejuicio se cuentan entre las causas principales de la violencia. La violencia atraviesa todas las divisorias sociales, raciales y de clase, las diferencias culturales y las religiones. Es multidimensional y multifacética; difiere, en su forma y su expresión, de una cultura a otra, de un contexto a otro, de una persona a otra. Por lo general, se pueden señalar dos formas principales de violencia: directa o personal, y estructural. Estos dos tipos de violencia interactúan como causa y como efecto. Los actos de violencia van desde la brutalidad policial hasta la intervención militar, desde el dominio masculino hasta las diversas formas de racismo, desde los disturbios a los conflictos interétnicos, desde los tiroteos hasta las violaciones, etc. La violencia también está incorporada a algunos sistemas de gobierno y es parte integrante de diversas estructuras e ideologías, políticas y prácticas, como instrumento para mantener los privilegios y el control. El odio racial y étnico puede incluso conducir al genocidio y la limpieza étnica, como se demostró en Rwanda, Bosnia y Kosovo. La mundialización, con su poder hegemónico de empresas transnacionales, instituciones financieras incontroladas y medios de comunicación de alcance mundial, ha llegado a ser una nueva fuente de violencia. En términos generales, la distribución desigual de los recursos en una sociedad y la utilización injusta y arbitraria del poder se pueden considerar factores importantes de la generación de violencia. A causa de las expresiones generalizadas de la violencia y de sus consecuencias de largo alcance, tenemos que hablar hoy de una "cultura de violencia" que deshumaniza a las personas y desintegra la creación.
¿Cómo debemos responder a este mal que amenaza la vida? La respuesta cristiana a la violencia ha sido siempre ambigua y ambivalente. Se necesitan criterios hermenéuticos y contextuales apropiados para entender la violencia tanto en sus coordenadas propias como desde una perspectiva holística. Vayamos primero a la Biblia en busca de orientación.
LA BIBLIA: UN PUNTO DE REFERENCIA
La violencia es una de las características principales tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Significa hacer daño, proceder mal, cometer injusticias. Y es sinónimo de pecado y corrupción humana contra Dios y los seres humanos (Gn 6:11-13, Pr 4:17, Is 59:6). Sus antónimos son paz y salvación. Dios salva a sus fieles de la violencia y los conduce a la liberación (2 S 22:3, Sal 72:14). También se atribuyen a Dios varias acciones violentas: es descrito como un guerrero (Ex 15:13); lucha contra el pueblo elegido (Lm 2:5). En el Nuevo Testamento hay pasajes que legitiman la violencia, como la purificación del templo (Mt 21:12 y ss.), el exorcismo de los poderes demoníacos (Mr 5, Jn 12:31; 16:11), la violencia verbal expresada en las parábolas del juicio (Mt 25) y la boda (Mt 22) y en las palabras de Jesús "no he venido a traer paz sino espada" (Mt 10:34 y ss.). También hay pasajes que muestran la actitud de Cristo en favor de la noviolencia, por ejemplo: "Vuelve tu espada a su lugar" (Mt 26:52) y "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian, llorad por los que os ultrajan y os persiguen" (Mt 5:44).
Es importante explicar los puntos siguientes:
1) La Biblia parece ser ambigua acerca de la violencia y la noviolencia. En realidad, la lectura de la Biblia que han hecho los cristianos en relación con el debate sobre la violencia y la noviolencia ha sido a menudo sesgada y parcial. Los cristianos han citado e interpretado la Biblia de manera que respondiera a las necesidades de su tiempo, y no han profundizado lo suficiente en su reflexión para discernir el lugar de la violencia y la noviolencia en su camino de fe. La ambigüedad continúa a pesar de la abundante literatura teológica en la materia. Es de vital importancia, pues, que tomemos la Biblia, como nuestro punto de referencia, de manera cuidadosa y holística.
2) La Biblia es la historia de la salvación. La intervención de Dios en la historia es decisiva para la salvación. En la Biblia, la violencia es contraria a la voluntad y el amor divinos. Dios es poderoso, pero no violento; utiliza su poder para el Reino; y su intención es llevar la salvación a su pueblo. Sin embargo, Dios a veces recurre a la violencia para desvelar su naturaleza destructiva y agudizar el imperativo de la paz. Es por ello por lo que violencia y paz, opresión y justicia, están siempre en conflicto en la Biblia; forman parte del plan misterioso de Dios.
3) En el Nuevo Testamento, Dios dio un nuevo sentido a la historia de la salvación. Las expresiones pacíficas de Cristo así como algunas de sus expresiones violentas tienen que verse en la perspectiva del Reino de Dios, que se ha acercado, aunque su cumplimiento está más allá de la historia. Los pasajes de violencia son expresiones del poder y la autoridad de Dios, como ocurre cuando Pablo habla de ponerse la armadura de Dios para defendernos de los enemigos (Ef 6). La cruz y la resurrección marcan la derrota de la muerte. Cristo ejerce su poder y su autoridad para el Reino, que es un reino de amor y justicia, de paz y reconciliación. El quebrantamiento del Reino de Dios desencadena la violencia.
4) El designio de Dios en Cristo es liberar, sanar y transformar a la humanidad entera y la creación. Oposición, resistencia y rechazo fueron rasgos constantes de la vida y la misión de Cristo. Pero la violencia no tiene lugar en la economía de Dios. La violencia es destructiva, es mal y muerte. Todo esto está en el centro de la revelación divina y es una de las grandes enseñanzas de la Biblia.
5) La realización de la paz con justicia es el objetivo último del ministerio de Cristo. Este es, efectivamente, el meollo del Reino. El nacimiento de Cristo fue anunciado como la venida de la paz al mundo. Cristo se describe a sí mismo como la verdadera paz del mundo. Prometió el Reino a los pacificadores. Adoptó una firme postura contra la injusticia y se identificó con los pobres, los oprimidos y las víctimas de la injusticia y la violencia, apoyándolos en su lucha por la justicia y la dignidad.
6) Vencer el mal con el bien (parábola del buen samaritano, Lc 10) es una nota dominante del magisterio de Jesús. En otras palabras, responder a la violencia con violencia es incompatible con el Nuevo Testamento. Jesús no utilizó la violencia en nombre de los oprimidos. Algunas veces se sintió lleno de frustración, y otras veces respondió con humildad sufriendo la violencia de los poderosos en la cruz. "Tomar la propia cruz" significa tanto lucha noviolenta como sacrificio de sí mismo. Por lo tanto, "superar la violencia" es el mensaje de la Biblia: "No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal" (Ro 12:21). La renuncia de Cristo a la violencia no fue accidental; fue una clara elección.
DE AMSTERDAM A BERLÍN: UN DEBATE ECUMÉNICO EN CURSO
En el CMI el tema de la violencia se ha planteado en diferentes situaciones y en relación con distintas cuestiones ecuménicas. En los primeros años, el debate estuvo centrado en la teoría de la "guerra justa", y luego en la participación de los cristianos en la guerra. En la Conferencia Mundial de Iglesia y Sociedad de 1961, la cuestión de la violencia revolucionaria contra los sistemas sociales opresivos ocupó un lugar prominente en el debate ecuménico. Las iglesias estuvieron divididas en cuanto al Programa de Lucha contra el Racismo (PLR). Algunas iglesias entendían que el Movimiento Ecuménico era un movimiento de paz, y por ello no podían apoyar a grupos y movimientos que luchaban contra el racismo.
La Cuarta Asamblea (Uppsala, 1968) pidió al Comité Central que estudiara medios por los cuales el Consejo pudiera fomentar estudios sobre métodos noviolentos de lograr cambios sociales. En vista de la controversia provocada por el Fondo Especial del PLR, el Comité Central de 1971 decidió iniciar un nuevo proceso de reflexión sobre la cuestión de la violencia-noviolencia. El informe de la consulta "Violencia-noviolencia y la lucha por la justicia social" (Cardiff, Gales, 3-7 de septiembre de 1972), sigue siendo el análisis más completo y detenido del problema que ha hecho el CMI. Se reafirma en él la acción noviolenta y se expone una serie de criterios para aplicar antes de recurrir a la violencia en circunstancias extremas. Es significativo que no se condene categóricamente a aquellos grupos de liberación que se sienten obligados a emplear la fuerza.
A fines de los años setenta, un nuevo brote de terrorismo vino a complicar aún más el debate sobre la violencia. El militarismo y la carrera armamentista agregaron una nueva dimensión al debate. En 1979, el Comité Central recordó a las iglesias que debían prestar seria atención al tema de la violencia-noviolencia, promoviendo modelos de solución pacífica de los conflictos. Cuatro años más tarde, teniendo en cuenta la proximidad de la Sexta Asamblea, se convocó una pequeña consulta (Ballycastle, Irlanda del Norte, 1983) para examinar y volver a evaluar el ininterrumpido debate sobre la violencia-noviolencia en un nuevo contexto mundial. Casi un decenio después, la Convocación Mundial sobre la Justicia, la Paz y la Integridad de la Creación – JPIC (Seúl, 1991) se ocupó del problema más allá de la dicotomía violencia-noviolencia y le añadió una dimensión ecológica. En esa reunión mundial se pidió "una cultura de noviolencia activa" buscando "todos los medios posibles de instaurar la justicia, lograr la paz y resolver los conflictos mediante la noviolencia activa"1 . En 1994, el Comité Central decidió establecer el Programa para Superar la Violencia (PSV), cuya finalidad sería "impugnar la cultura mundial de la violencia y transformarla en una cultura de la paz justa"2 . El PSV se consideró la continuación natural de JPIC. Se basó en las ideas siguientes desarrolladas en el debate sobre la JPIC: la paz y la justicia están inseparablemente relacionadas; la guerra ya no puede considerarse un medio legítimo de resolver los conflictos, la noviolencia activa es el camino para instaurar la justicia, lograr la paz y solucionar los conflictos. La campaña Paz a la ciudad, que el Comité Central puso en marcha en 1996 en el ámbito del PSV, confirió más nitidez al compromiso del Consejo con la superación de la violencia.
Esta rápida ojeada al debate ecuménico3 no nos proporciona, desde luego, un cuadro completo de la larga y ardua discusión acerca de este complejo y decisivo problema. Es importante, sin embargo, señalar brevemente algunos de los aspectos característicos del debate en curso:
1) Procedentes de situaciones y experiencias distintas, las iglesias han expresado perspectivas diferentes sobre la violencia y la noviolencia. Algunas han considerado las enseñanzas de Jesucristo acerca de la noviolencia como el camino recto a seguir, otras han entendido que se trata de un "idealismo inviable". Otras, en fin, han sostenido el imperativo de la resistencia contra la violencia. Así pues, la ambigüedad, la falta de claridad y la polarización han dominado el debate, y el Consejo no ha llegado aún a un entendimiento común de este candente asunto.
2) La Biblia se ha utilizado tanto para justificar la violencia como para preconizar la noviolencia. Con frecuencia las iglesias se han encontrado en un dilema. La guerra del Golfo y las crisis de Kosovo son ejemplos relativamente recientes.
3) El debate del Consejo acerca de la violencia se ha centrado en el racismo, y más concretamente sobre el apartheid. Otras formas de racismo y diferentes tipos de violencia han suscitado poca atención. JPIC ha ampliado tanto la perspectiva como el alcance de la discusión; su visión holística, empero, ha fallado en el proceso de aplicación.
4) En el debate ecuménico se han perfilado dos modelos de respuesta a la violencia: el conflicto revolucionario y la resistencia noviolenta. El compromiso con la justicia, la paz y la reconciliación mediante la acción noviolenta ha sido una tendencia común y constante a lo largo de la discusión del Consejo. Es importante señalar que el PLR ha abierto una vía de entrada al concepto de "la violencia como último recurso".
SUPERAR LA VIOLENCIA: UNA ESTRATEGIA ECUMÉNICA
La violencia, una vez más, y ahora con mayor intensidad, ocupará un lugar destacado en el debate ecuménico del próximo período. Se requiere con firmeza de las iglesias y el Movimiento Ecuménico que respondan a este problema sumamente grave y urgente de nuestro tiempo.
Llevamos con nosotros amargas experiencias de nuestras historias respectivas. Nuestra teología del pacifismo y nuestra teología de la guerra justa están en conflicto. Además, las iglesias no sólo carecen de una postura clara y unánime sobre la manera de responder a la violencia, en algunos casos son también parte del problema. En 1999, el Comité Central declaró: "Debemos dejar de ser espectadores de la violencia o de lamentar únicamente sus consecuencias, y pasar a ser militantes en los esfuerzos para superar la violencia"4 . Hay tres maneras de responder a la violencia: la pasividad, la oposición violenta y la noviolencia militante. La cuestión fundamental es: luchar o huir. La respuesta cristiana no puede ser otra que "luchar" para transformar la violencia. No se trata de una cuestión de mera estrategia o metodología. Esta visión y este compromiso se derivan de la esencia misma de ser una criatura humana nueva y una comunidad nueva en Cristo. La pasividad es sumisión, retirada y rendición. El cristiano debe combatir la violencia no con una resistencia reactiva sino mediante una resistencia activa noviolenta que genere una visión nueva y una nueva esperanza. Para algunos, sin embargo, la violencia revolucionaria es la única esperanza de justicia y liberación. Creo que la actitud noviolenta militante, aprobada en 1992 por el Comité Central, debería seguir siendo una clara opción ecuménica en el empeño por superar la violencia. ¿Qué significa la actitud noviolenta militante? Los puntos siguientes merecen nuestra atención:
1) La noviolencia no es una solución de compromiso, una actitud ciega y acrítica, ni tampoco falta de resistencia o retirada. Es el valor de la fe para decir no a la violencia, no a la injusticia. La noviolencia es una calidad de vida que implica paciencia y visión; una forma de combate que rechaza colaborar con la injusticia y que impugna la violencia por medio de la noviolencia. Es la elección de luchar con armas psicológicas, sociales, económicas y políticas. Esa elección comprende la protesta (marchas, vigilias, piquetes, etc.) y la no cooperación (boicoteo social, huelgas, sanciones económicas, desobediencia civil, etc.). La acción noviolenta es expresión de la propia integridad, identidad e independencia. La historia moderna está llena de ejemplos de luchas noviolentas, desde Mahatma Gandhi hasta Martin Luther King, desde la caída del Muro de Berlín (1990) hasta Yugoslavia (2000). La violencia engendra violencia, mientras que la noviolencia deja al descubierto la impotencia de los poderosos y pone en cuestión la eficacia y la validez de la violencia.
2) Superar la violencia mediante la lucha no violenta exige que las iglesias no se identifiquen con las estructuras de poder. La iglesia debe ser una comunidad despojada de poder, una comunidad cuyo poder es la impotencia de Jesucristo. Es mediante su impotencia en la cruz que Cristo venció a los poderosos, al mal. La iglesia a menudo se ha aliado con los poderes del mundo y muchas veces ha ejercido la violencia incluso para la propagación de la Buena Nueva. La asociación ciega de las iglesias con el orgullo de sus naciones y con las políticas de sus gobiernos pone grandemente en peligro su función profética. Con frecuencia las iglesias tienen que escoger entre los intereses de sus naciones y el mensaje del Evangelio. En realidad, las tibias reacciones de las iglesias ante los conflictos de Iraq, el Oriente Medio o Kosovo, para dar unos pocos ejemplos de la historia contemporánea, indican claramente las repercusiones concretas de las relaciones iglesia-nación-Estado. Esta esfera de decisiva importancia requiere un serio y detenido debate.
3) La actitud noviolenta militante significa estar del lado de las víctimas. Ésta es la única manera de ser fieles al Evangelio. Cristo se identificó con las víctimas, pues son ellas los verdaderos vencedores, los herederos del Reino. La acción noviolenta de las iglesias debe encaminarse a la búsqueda de la justicia y la paz y no meramente a superar la violencia. En otras palabras, la "noviolencia" no ha de ser un fin en sí mismo, sino únicamente un medio de conseguir la justicia y restaurar la paz. Esta responsabilidad de la iglesia no puede ponerse en duda en ninguna circunstancia, pero puede ser sometida a prueba. A la curación de las heridas humanas (diaconía social) debe seguir la lucha noviolenta para eliminar las causas profundas de la violencia (diaconía política).
4) Las iglesias no han sido bastante coherentes en sus respuestas a las situaciones de violencia. Las actitudes de miedo, paciencia y prudencia han prevalecido a menudo sobre el ministerio profético de la iglesia en esos momentos críticos. ¿Cuál es el sentido de la cruz para la vida y el testimonio de la iglesia en el mundo de hoy? La transacción fácil no es el camino cristiano. La violencia es la impotencia de los poderosos; la cruz es la poderosa respuesta noviolenta a la violencia. Confiamos en Dios; Dios es nuestro refugio, nuestro protector, nuestra arma contra el mal: "Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Ro 8:31). La Asamblea de Harare nos instó a superar "el espíritu, la lógica y la práctica" de la violencia. En consecuencia, la "superación" de la violencia debe ser una clara estrategia ecuménica y el centro de atención del Decenio. Hasta ahora hemos señalado la prevención y la mediación como medios eficaces de anticipar la violencia. Además de estos criterios, quisiera indicar dos esferas que merecen una atenta reflexión.
SUPERAR LA VIOLENCIA AFIANZANDO LA COMUNIDAD
El afianzamiento de la comunidad es clave para superar la violencia. La comunidad es no sólo una necesidad social, es fundamentalmente una realidad teológica. La iglesia es un pueblo de alianza. Es enviada al mundo para llevar a los hombres y las mujeres a la comunidad y a una vida nueva con Cristo.
1) En la concepción cristiana, la comunidad es una relación de alianza entre la humanidad y Dios. La persona humana, creada a imagen de Dios, es una persona en relación con Dios, y que no puede entenderse aparte de Dios. El ser humano también está llamado por Dios a vivir con los demás en amor y confianza mutuos. Dios ha creado a los seres humanos para que vivan como una comunidad; estamos mutuamente ligados dentro de una comunidad; somos mutuamente responsables y tenemos que rendir cuentas unos a otros. En consecuencia, somos interdependientes y estamos integralmente vinculados unos con otros, de modo que cuando uno sufre todos padecemos. La noviolencia está cimentada en el ser mismo de esta comunidad. La violencia es esa fuerza maligna que destruye los valores del Evangelio, rompe la relación basada en la confianza recíproca y el compartir, y desintegra la comunidad alejando a los seres humanos de Dios y también unos de otros. Por ende, el afianzamiento de la comunidad permite superar la violencia.
2) Comunidad significa identidad; también implica diversidad. La afirmación agresiva de la identidad conduce al rechazo de las diferencias. Esta actitud puede generar fundamentalismo, exclusivismo, etnocentrismo y violencia. Al afianzar la comunidad, la identidad y la diversidad se han de preservar y enriquecer en su interrelación dinámica. La unidad es el fruto de esa interacción creativa; la violencia es la ausencia de tal interacción. La eliminación de la violencia supone la participación activa de todos los segmentos de una sociedad en las tareas de acercamiento y reconciliación. Aquellas comunidades o grupos de una comunidad implicados en un conflicto deben trabajar por la convivencia. Esto es más que una mera coexistencia; es una comunidad en la que las diferencias se respetan y se crea una confianza mutua para vivir como comunidad; debemos aceptarnos unos a otros tal como somos.
3) Para superar la violencia, todos los miembros de la comunidad deben participar plena y activamente en las estructuras y los procesos de adopción de decisiones. En realidad, cuando existe una minoría dominante y una mayoría oprimida, no hay comunidad. Para vivir en paz, tenemos que vivir con justicia. Los valores democráticos, que exaltan los derechos de las personas a la participación, la dignidad y la igualdad, deben sustentar la vida de las sociedades.
4) Comunidad no es simplemente vivir juntos en un lugar; es también compartir valores y tradiciones comunes y aprender unos de otros. La comunidad confiere una identidad común, da seguridad y crea justicia para todos. Por ello, es la negación de la violencia. Una comunidad apoyada por la responsabilidad y la confianza mutuas, por una visión e intereses comunes, es un medio seguro de eliminar la violencia. El afianzamiento de la comunidad es un proceso de curación: genera conversión a la comunidad, transformación de las estructuras, cambio de los corazones, y conduce a la superación de la violencia.
5) Afianzar la comunidad es también concientizar. La educación dentro de las iglesias y en la sociedad civil tiene una importancia decisiva para superar la violencia. Las iglesias, junto con los actores de la sociedad civil, deben alertar constantemente a los gobiernos e instarlos firmemente a que atribuyan prioridad absoluta a la educación.
b) La violencia muchas veces es el resultado de recuerdos enraizados en la historia. No podemos cambiar la historia, no podemos ignorar la memoria colectiva de las naciones. Ahora bien, ¿cómo podemos aprender del pasado? ¿Cómo podemos hacer que nuestras experiencias amargas y nuestros tristes recuerdos se conviertan en fuente de mayor conocimiento y de renovación para las generaciones futuras? Podemos transformar nuestras historias de violencia mediante un acto valiente de confesión y perdón. Curar el pasado nos ayudará considerablemente a construir el futuro.
c) El egoísmo en el plano individual y el etnocentrismo en el plano colectivo son causa de violencia por el miedo a la amenaza y el sentido de inseguridad que generan. ¿Cómo puede la educación transformar esa amenaza en aceptación mutua, la inseguridad en confianza mutua, el odio en amor mutuo? En otras palabras, ¿cómo puede la educación liberar del odio y del temor a las personas atrapadas por la violencia? La educación debe tener por objeto capacitar a quienes carecen de poder para que opongan resistencia a aquellos valores y estructuras que producen injusticia, inseguridad y violencia. La educación debe abordar en particular el uso justo del poder. El poder es ambiguo, puede ser fuente tanto de males como progreso. ¿Cómo usar el poder en interés de la justicia, los derechos humanos y la dignidad? Ésta es otra cuestión de decisiva importancia que el Movimiento Ecuménico tiene que seguir debatiendo.
d) Muchos de los sistemas y metodologías de educación, incluidos los que emplean las iglesias, engendran violencia. Deben ser total y radicalmente remodelados y transformados. Éste es un proceso largo y arduo que requiere seria atención por parte de los Estados, las iglesias y las organizaciones no gubernamentales. Los medios de comunicación social, que están dominados por la cultura de la violencia, pueden utilizarse como uno de los grandes instrumentos educativos para superar la violencia.
Es fundamental para la prevención de la violencia la tarea de crear una cultura de paz. Los Estados y las sociedades están invirtiendo más dinero en proyectos e iniciativas que generan violencia que en procesos que promueven la justicia y la paz. La construcción de la paz reviste decisiva importancia para combatir la violencia. La comunidad internacional (gobiernos, organizaciones intergubernamentales, instituciones financieras internacionales, empresas transnacionales, medios de comunicación y la sociedad civil) tiene una especial responsabilidad en la construcción de la paz. La visión de un mundo de justicia y paz ocupa un lugar central en el Evangelio. Es el comienzo del Reino de Dios en la historia. La justicia y la paz son dones divinos; son también tareas que ha de cumplir la iglesia, que es el signo escatológico del Reino de Dios en el mundo. La iglesia no es sólo una koinonía de paz sino también una koinonía dedicada a la consecución de una paz justa. ¿Cuál es la vocación de la iglesia?
1) Desde su Primera Asamblea, el CMI ha subrayado la necesidad de buscar "la paz con justicia". Las Asambleas de Nairobi y de Vancouver exhortaron a las sociedades a "vivir sin la protección de las armas5. La convocación de JPIC habló de la "desmilitarización de las relaciones internacionales" y de la "promoción de formas de defensa noviolenta"6 . El Comité Central reunido en Johannesburgo (1994) reiteró la urgente necesidad de superar la violencia desarrollando "nuevos enfoques teológicos, en consonancia con las enseñanzas de Cristo, que no partan de la guerra para ir hacia la paz sino de la necesidad de justicia"7. Hemos desarrollado la diaconía para mitigar la situación de las víctimas de la violencia. Hemos condenado la práctica de recurrir a la violencia. Hemos ofrecido análisis teológicos de la violencia. Ahora debemos crear una cultura de paz, como lo expresó la Asamblea de Harare, elaborando criterios apropiados para el encauzamiento de los conflictos y el establecimiento de una paz justa en el nuevo contexto mundializado. Debemos responder a la violencia adoptando una actitud dinámica en pos de la paz. ¿Cuáles son las condiciones e implicaciones de esa compleja tarea?
2) No podemos erradicar la violencia sólo mediante la educación y el afianzamiento de la comunidad; tenemos que obrar también en pro de la justicia. La injusticia social y económica y la opresión política producen violencia. La distribución equitativa del poder y los recursos es una condición previa para la eliminación de la violencia. En efecto, tenemos que decir "no más violencia, basta de violencia"; pero también tenemos que gritar "justicia para todos". La paz no es la ausencia de violencia; es la presencia de justicia. No puede haber paz sin justicia. El establecimiento de la paz es un proceso largo y complejo y requiere más que el simple logro de un cese del fuego o un arreglo político. ¿De qué manera pueden las iglesias hacer avanzar a las sociedades, como se indicó en Seúl, de la doctrina de la guerra justa a la doctrina de la paz justa? Ésta es una gran tarea que las iglesias tienen por delante.
3) El establecimiento de la paz es parte integrante del ministerio de la iglesia. "Busca la paz y síguela" (Sal 34:14). Los aspectos fundamentales del establecimiento de la paz desde el punto de vista cristiano son: amor del enemigo, reconciliación, curación, fomento de la confianza, derrumbe de los muros de separación y resistencia a la violencia por medios que conduzcan al enemigo hacia la conversión. Las iglesias y el Movimiento Ecuménico deben elaborar una teología de promoción de la paz que atribuya una función particular a la iglesia en el encauzamiento de los conflictos y el establecimiento de una paz justa. Esa teología debe basarse en el arrepentimiento y el perdón, la verdad y la justicia. Creo que las iglesias también pueden desempeñar un importante papel en el establecimiento de la paz creando estrategias eficaces de prevención y mediación. El compartir los sufrimientos de los demás, la intercesión mutua y la expresión de solidaridad fortalecerán ciertamente la lucha común de las iglesias por la paz.
4) La paz por la que obramos no es hechura humana; es don y vocación de Dios. "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14:27). La paz que Cristo nos dio no es la paz "como el mundo la da" (Jn 14:27). Está cimentada en la salvación, es el don de la salvación consumado por Jesucristo. En consecuencia, la paz dada por Dios en Cristo no nos pertenece. Somos enviados por Dios a una misión de consolidación de la paz y somos responsables ante Dios. El nacimiento de Jesucristo fue anunciado por los ángeles como la encarnación de la paz. Establecer la paz no es una de las funciones de la iglesia; es el esse del ser y el devenir de la iglesia. Ser el pueblo de Dios significa encarnar el mensaje de paz y reconciliación: los pacificadores "serán llamados hijos de Dios" (Mt 5:9).
5) La justicia y la paz están interrelacionadas. En la perspectiva cristiana, esto no es una cuestión metodológica o estratégica, es una realidad ontológica. Debemos idear modelos de pacificación que reflejen esa interrelación. El establecimiento de la paz fracasa si no se ataca la causa profunda de la violencia: la injusticia. Si la humanidad y la creación han de sobrevivir, la violencia debe cesar. Y la violencia sólo se puede detener instaurando la justicia y la reconciliación entre los seres humanos, y entre la humanidad y la creación. La paz no se puede imponer; debe emerger en la vida de la comunidad. Superar la violencia no es una estrategia. La estrategia cristiana es construir la paz. La participación de las iglesias en la construcción de la paz debe ser más preventiva que terapéutica. Esto significa que la iglesia debe obrar en pro de una cultura que genere justicia, igualdad, participación y responsabilidad. Sólo una cultura así puede llegar a ser una cultura de paz. La creación de una cultura de paz comienza en el plano local, en el hogar.
SUPERAR LA VIOLENCIA: UN PROCESO DE TRANSFORMACIÓN
No podemos superar la violencia simplemente ejerciendo resistencia. La resistencia es una reacción a corto plazo encaminada principalmente a la autodefensa, a la supervivencia. Para superar verdaderamente la violencia, debemos acometer un proceso de transformación. En realidad, la transformación es la acción de Dios en Jesucristo para la liberación de la humanidad y la re-creación de la vida. La iglesia, como signo y anticipo del Reino, debe ser el agente de la economía divina de la transformación, encarnando en el mundo la gracia reconciliadora, sanadora y liberadora de Dios.
1) Dios se encarnó en Jesucristo para liberar a los seres humanos de la injusticia, el pecado, el mal y la muerte, y para conducirlos a la vida verdadera en Dios. La liberación de la humanidad y la creación es salvación, y salvación es re-creación. Para cumplir la liberación, la iglesia debe adquirir una mayor conciencia de la necesidad de cambio; debe fomentar la capacidad para transformar el orden establecido y reforzar la lucha de los pueblos por la justicia y la dignidad, así como por formas de gobernanza y estructuras socioeconómicas justas y participativas. La liberación no destruye las estructuras sino que las renueva y las cambia; no aniquila al enemigo sino que transforma su imagen; no elimina la diversidad sino que crea una sociedad en la que todos viven en armonía. Por tanto, liberación no es resistencia ni reacción; es una revolución noviolenta. Ser cristiano supone un compromiso incondicional con la lucha por la liberación y una participación sin condiciones en ella. De hecho, "yo hago nuevas todas las cosas" (Ap 21:5) es un llamamiento a tomar parte activa en el proceso continuo de liberación y humanización inaugurado por Cristo. No podemos destruir la violencia. Siguiendo el Evangelio, podemos transformarla en un signo de conversión y liberación.
2) La violencia amenaza no sólo la calidad y la integridad de la vida sino la vida misma. Rechaza la vida. Resistir a la violencia significa luchar por la vida. Los puntos siguientes merecen nuestra atención: a) La vida es un don de Dios; no es una posesión humana. La violación de la vida es un pecado contra Dios. La afirmación de la vida es el rechazo de la violencia. La violencia destruye la vida, mientras que la noviolencia la sustenta; preserva la santidad y la inviolabilidad de la vida. Ésta es, desde luego, una afirmación bíblica básica. b) La vida humana es más que una mera existencia; tiene una meta. La vida debe vivirse para el Reino. Los valores del Reino deben sustentar y guiar la vida humana. Esa vida ha de ser una resistencia noviolenta permanente al mal, a los "principados y potestades" (Ef 6) de este mundo. La resistencia en la fe es una dimensión esencial de la vida cristiana. c) La vida humana no es una realidad estática; es un proceso, un proceso de realización. Los seres humanos están llamados a hacer que su vida avance hacia una mayor plenitud e integridad. Este proceso de llegar a ser plena y auténticamente humano es un proceso espiritual que afirma la bondad contra la maldad, la justicia contra la injusticia, la noviolencia contra la violencia. d) La vida es una realidad interrelacionada. La vida humana es parte integrante de la creación. En consecuencia, debemos tener un enfoque holístico de la vida. Ejerciendo la violencia contra el prójimo, ejercemos violencia contra nosotros mismos y contra la creación, y ejerciendo violencia contra el propio ser y contra la creación, ejercemos violencia contra prójimo. Superar la violencia significa salvaguardar la santidad, la integridad y la plenitud de la vida y la integridad de la creación.
3) La fuerza de la violencia debe ser domeñada por el poder de la vida. Las iglesias tienen la vocación de transformar las estructuras, los sistemas y las actitudes que obstaculizan la fidelidad de la iglesia a la visión divina de la vida revelada en el Evangelio de Jesucristo. La iglesia no existe para sí misma; existe para participar en el poder liberador, transformador y dador de vida de Dios en Cristo. La transformación implica la victoria de la vida sobre la muerte, de la falta de poder sobre el poder. ¿Cómo podemos hacer tomar conciencia a las sociedades de la sacralidad de la vida? ¿Cómo podemos iniciar procesos de concientización para comunicar la verdad de que la vida humana tiene un sentido y que la calidad de vida debe salvaguardarse? ¿Cómo podemos hacer patente el valor de cada persona en este mundo de globalización, creando un entorno que tenga sentido y en el cual se pueda ser humano? Estos pasos pueden mejorar considerablemente nuestra resistencia noviolenta. El Movimiento Ecuménico debe alentar a las iglesias a que elaboren una teología afirmadora de la vida y transformadora de la violencia.
¿LA VIOLENCIA COMO "ÚLTIMO RECURSO"?
Llego ahora a la parte crucial de mi informe. La cuestión candente es: ¿se justifica la violencia por una causa justa?
1) El empleo de la violencia por la causa de la justicia ha estado en el centro de la discusión ecuménica sobre la violencia y la noviolencia. Las iglesias no han podido llegar a un entendimiento común sobre este asunto. Algunas han justificado los criterios de "guerra justa", según los cuales: la guerra se puede librar por una causa justa; debe perseguir una paz justa; debe ser declarada, sólo como último recurso, por la autoridad legítima, y debe tener una perspectiva razonable de éxito. Las iglesias tradicionalmente pacifistas han considerado que todo uso de la violencia es contrario a los mandamientos de Cristo. La Primera Asamblea del CMI expresó serias dudas en cuanto a la aplicabilidad de los criterios de "guerra justa". En 1948 no fue posible llegar a ningún acuerdo sobre este asunto. Cada vez que se ha planteado o que ha surgido un conflicto, el Consejo se ha encontrado en una difícil situación porque las iglesias mantenían posturas encontradas. La cuestión volvió a ocupar el centro del debate ecuménico durante la Guerra del Golfo, y más recientemente cuando la OTAN bombardeó Yugoslavia. La legitimidad de la violencia, incluso cuando esta última es utilizada por una potencia contra la injusticia, sigue siendo objeto de debate.
2) En esta reunión, el Comité Central tomará decisiones sobre un documento titulado "El empleo de la fuerza armada para apoyar objetivos humanitarios: punto de vista ético del CMI". En 1995, el Comité Central aprobó un "Memorando y recomendaciones sobre la aplicación de sanciones". En 1999, este mismo órgano aprobó un "Memorando y recomendaciones sobre la seguridad internacional y la respuesta a los conflictos armados", en el que se pedían nuevos enfoques de la paz y la seguridad internacionales en el mundo de después de la guerra fría y se ponían de relieve algunos de los nuevos problemas morales y éticos que se habían planteado en torno a la cuestión de la "intervención humanitaria". El nuevo documento de estudio representa un paso más en el pensamiento ecuménico sobre el empleo de la fuerza armada en las relaciones internacionales. Al preparar ese documento, el Consejo se enfrentó con dificultades y dilemas inmensos. ¿Cómo puede la comunidad internacional, por una parte, asumir su responsabilidad de proteger a las poblaciones civiles cuyos derechos humanos son vulnerados en forma contundente y, por otra, evitar el uso de la violencia? ¿Cómo se pueden distinguir, en el caso de una intervención humanitaria, los intereses económicos y estratégicos a largo plazo de una nación poderosa y la finalidad limitada y a corto plazo? La eficacia es otro problema. ¿Se protegerán mejor los derechos humanos o se restaurará la legitimidad después de la intervención? Además, ¿quién solicita la intervención y quién tiene derecho a intervenir?. ¿Qué repercusiones tiene la intervención para la soberanía nacional, la autoridad de las Naciones Unidas y el derecho internacional?. El examen de estas cuestiones condujo a los redactores del documento a señalar que, en primer lugar, el empleo de la fuerza militar mortífera no es un acto humanitario puesto que la acción humanitaria implica valores tales como humanidad, neutralidad, imparcialidad y universalidad, y está dirigida a ayudar a las personas en peligro. En segundo lugar, la intervención militar no debe considerarse un hecho aislado, sino parte de una serie de acciones que van desde la asistencia humanitaria, la presión diplomática y las sanciones económicas hasta el empleo de alguna forma de fuerza armada como último recurso. En tercer lugar, el consenso alcanzado fue que "la fuerza armada sólo debe emplearse en circunstancias excepcionales y sumamente graves, como último recurso, para socorrer y proteger a la población en grave peligro"7 . Al parecer, en ciertas circunstancias, el Movimiento Ecuménico apoya el empleo de la fuerza armada para salvar vidas humanas e instaurar la justicia. Creo que la confusión, la ambigüedad y el dilema siguen existiendo. ¿Cómo distinguir la línea divisoria precisa entre el empleo legítimo de la fuerza y su aplicación inmoral e injusta? ¿Cuál debería ser la naturaleza y el alcance de la denominada "intervención humanitaria"?
3) Violencia y noviolencia a menudo pueden incidir una en otra. Están entrelazadas. En Cardiff no se pudo "indicar a priori o en forma abstracta si debía emprenderse una acción violenta o noviolenta en una situación determinada8. Debemos dejar atrás la dicotomía violencia-noviolencia. Necesitamos un marco más amplio. Indudablemente, la opción cristiana es la noviolencia activa. Nuestra fortaleza procede de la cruz y no de la espada, del amor y no del odio, de la noviolencia y no de la violencia. Pero la cruz no es el fin; tenemos la resurrección, la victoria de la vida que fue conquistada por la cruz. La violencia es maldad; sin embargo, para algunos que viven en condiciones de injusticia y opresión, en las que todos los medios de acción noviolenta están agotados, la violencia sigue siendo una alternativa inevitable, un último recurso. En consecuencia, ¿no deberíamos evitar el dilema de violencia-noviolencia acercando los términos en vez de polarizarlos? ¿No es acaso el levantamiento en Palestina, tras tantos años de acción noviolenta y pacientes negociaciones, otro ejemplo de opción por "la violencia como último recurso"? Ciertamente, no podemos legitimar la violencia en cualesquiera circunstancias. Tampoco podemos condenar la violencia cuando se utiliza como "último recurso" por la causa de la justicia y la dignidad humana.
3) En consecuencia, la violencia "limitada y controlada" dirigida a cambiar las condiciones sociales e instaurar la justicia para todos9 es aceptable e incluso necesaria. Es parte integrante del proceso de liberación. Hay quienes hablan incluso de "violencia redentora". Esta clase de violencia no debe generalizarse; se debe utilizar en un contexto determinado, en defensa de la justicia, y como último recurso. Cabe señalar que, si bien la violencia "limitada y controlada" por una "buena causa" es fuente de liberación para algunos, para otros, en cambio, es fuente de esclavización. Sostienen estos últimos que la vida y el magisterio de Cristo excluyen el uso de cualquier clase de violencia física, y rechazan de antemano todo recurso a la violencia cualesquiera sean las circunstancias. El dilema persiste. ¿Podemos dar valor absoluto a la noviolencia? Jesús no dijo que no resistiéramos al mal. Dijo que no debíamos devolver mal por mal. La cuestión es en qué circunstancias y cómo, y no si se debe luchar contra el mal. Nuestra elección no puede ser la pasividad; debe ser la resistencia contra la injusticia. Esta resistencia comienza con el rechazo a colaborar con la injusticia y con un firme compromiso con la justicia. En 1971, el Comité Central declaraba que "no podemos juzgar a aquellas víctimas del racismo que recurren a la violencia por ser la única vía que les queda para reparar las injusticias y de ese modo abrir el camino a un orden social nuevo y más justo"10 . En 1973, el Comité Central se refirió a tres puntos de vista: "la acción noviolenta como única posibilidad compatible con la obediencia a Jesucristo", la resistencia noviolenta como "deber cristiano en circunstancias extremas", y "la situación de violencia en la que [los cristianos] no pueden menos que participar"11. ¿Podemos establecer una pauta ética para superar la violencia que sea fiel al Evangelio y al mismo tiempo realista y práctica? ¿Hay "recursos" que puedan utilizarse antes de pasar al "último recurso"? El Parlamento Mundial de las Religiones declaró: "Cuando los gobernantes amenazan con reprimir a los gobernados, cuando las instituciones amenazan a las personas, y cuando el poder oprime el derecho, tenemos la obligación de resistir, siempre que sea posible, de manera no violenta"12
BERLÍN EVOCA RECUERDOS
Nos reunimos por primera vez en el Berlín unificado. Nos reunimos en esta ciudad histórica, que ha desempeñado un papel fundamental modelando y volviendo a modelar la historia de Europa. Desde luego, Berlín evoca recuerdos...
Para Europa, evoca recuerdos divididos e historias divididas. También evoca recuerdos para el resto del mundo. En realidad, el muro de Berlín, que dividía el Este del Oeste, fue el signo más visible de las rivalidades ideológicas y políticas que afectaban a la vida de millones de personas, incluso en los rincones más remotos del planeta.
Sin embargo, a otros, Berlín les trae recuerdos que se remontan a más de un siglo. La Conferencia de Berlín de 1884-1885 fue la culminación de la disputa europea por el reparto del África. En esa conferencia, África fue dividida de una manera que modificó radicalmente la faz del continente y su población. Británicos, franceses, alemanes, portugueses, italianos, españoles y belgas se repartieron entre sí el África como un pastel, tomando cada uno una o varias partes, haciendo caso omiso del bienestar y los derechos de la población africana. El reparto de África también aceleró la colonización y toda la violencia que ésta trajo aparejada.
Berlín también nos recuerda cómo, mediante la noviolencia activa, el poder popular pudo destruir el "muro de separación".
Este es nuestro viaje ecuménico por la paz con justicia desde Amsterdam a Berlín, un viaje largo y difícil; ciertamente, un viaje sustentado por la fe, la esperanza y la visión.
DECENIO PARA SUPERAR LA VIOLENCIA: PROCESO DE ACCIÓN ORIENTADO A LAS PERSONAS
Al prepararnos para inaugurar el Decenio para Superar la Violencia, es importante tener en cuenta los puntos siguientes:
1) El Decenio debe ante todo poner en marcha un proceso de reflexión teológica creativa sobre la violencia. El compromiso de las iglesias con la noviolencia debe ser validado por un serio debate teológico. La violencia es uno de los grandes desafíos para la teología, y afecta a las capas más profundas de lo que significa ser cristiano en un mundo desgarrado por la violencia. Las iglesias deben superar los argumentos simplistas y superficiales y plantear cuestiones teológicas profundas. Tenemos que analizar la violencia en situaciones contextuales y multiculturales, y aprender más acerca de sus ambigüedades y paradojas. Tenemos que volver a formular, definir y expresar nuestras perspectivas sobre la violencia. Tenemos que seguir reflexionando sobre la identidad, la unidad y la diversidad como recursos de la noviolencia; tenemos que seguir reflexionando también sobre el nacionalismo y la etnicidad como posibles fuentes de violencia. En otras palabras, tenemos que procurar una comprensión holística de la violencia estudiando sus causas. Sin embargo, todo enfoque teológico carecerá de interés si no es sensible a las realidades concretas. La teología se ocupa no sólo del ser de la iglesia sino también del devenir de la iglesia, y ambos están interrelacionados. La interrelación de la eclesiología y la ética tiene incidencia directa en el tema de la violencia. En consecuencia, se necesitan nuevos paradigmas y criterios teológicos respecto de la violencia-noviolencia.
2) En el Decenio se requerirán enérgicos esfuerzos para sobrepasar la reflexión y generar procesos y programas orientados a la acción. A mi parecer, ésta debe ser la particularidad del Decenio. Debe constituir una plataforma para que las iglesias compartan historias y experiencias, establezcan relaciones y fórmulas de asociación y aprendan unas de otras. Además, debe alentar a las iglesias a entrar en una interacción existencial que las conduzca hacia la acción común.
4) La violencia es multifacética, multiforme y multidimensional. Por ende, nuestro enfoque debe ser holístico. En cierto sentido, el Decenio no es un proceso nuevo. Como señalé antes, en la última década ya hemos adquirido una valiosa experiencia, por medio de JPIC, el Decenio de Solidaridad de las Iglesias con las mujeres y el PSV, que ha permitido al CMI elaborar nuevos tipos de reflexión teológica y establecer nuevas relaciones y fórmulas de asociación para la consolidación de la paz. Este proceso debe continuar con renovado vigor. Creo que los estudios sobre eclesiología y ética, teología de vida, y nacionalismo y etnicidad pueden proporcionar al Decenio estimulantes perspectivas y abrir nuevos caminos.
4) El Movimiento Ecuménico debe reconocer sus límites y limitaciones en esta empresa de alcance mundial. La violencia es una realidad compleja. Y todo intento encaminado a superar la violencia será aún más complejo y conducirá a un largo proceso. Sus repercusiones políticas, sociales y financieras tendrán gran alcance. En consecuencia, no deberíamos proponer programas y reivindicaciones que no sean realistas. Permaneciendo fieles a los imperativos de nuestra fe y firmemente comprometidos con los objetivos del Decenio, debemos ser conscientes del alcance limitado de nuestros recursos humanos y financieros.
5) El Decenio debe dar a conocer claramente la singularidad de la iniciativa. La noviolencia no es solamente una opción cristiana. ¿Cuál es la particularidad del compromiso común de las iglesias con la noviolencia activa? ¿Cuáles son las consecuencias de ese compromiso para la propia concepción eclesiológica y el compromiso misionero de la iglesia? Hay que prestar la debida atención a estas preguntas en todos los aspectos y en todas las etapas de este proceso.
6) El Decenio para Superar la Violencia, si bien es una iniciativa de alcance mundial, debe reflejarse en el nivel local. Su problemática y sus desafíos, sus objetivos y su visión se deben expresar en diferentes entornos culturales, sociales, económicos, políticos y religiosos. El Decenio debe nutrirse de las experiencias existenciales y las expectativas de las comunidades locales. Sus programas y actividades mundiales se deben basar en el trabajo local. Los principales actores y los primeros destinatarios deben ser las comunidades locales. Las experiencias e ideas locales deben ponerse en interacción dinámica con las experiencias e ideas mundiales. Este enfoque exige una metodología y un estilo de trabajo especiales.
7) En el Decenio se debe entablar un diálogo creativo con otras religiones y con la sociedad civil en general. No podemos pasar por alto su dimensión interreligiosa. Las religiones mundiales han expresado con firmeza, en diferentes ocasiones, su compromiso con una cultura de noviolencia. La colaboración basada en valores, problemas y objetivos comunes es de importancia decisiva en toda iniciativa encaminada a combatir la violencia. Creo que podemos establecer una colaboración significativa con otras religiones en el marco de la ética mundial, que en el último decenio ha sido centro de atención en el Movimiento Ecuménico y en el diálogo interreligioso. El Movimiento Ecuménico también debe procurar colaborar con los principales actores de la sociedad civil, creando nuevas redes y estableciendo nuevas alianzas y actividades de promoción de la paz. En otras palabras, se debe otorgar una clara prioridad al trabajo interreligioso, intercomunitario e intercultural.
8) El Decenio no es un programa sino una iniciativa a nivel de todo el Consejo. Tampoco es, hablando con propiedad, un proceso del CMI: es un proceso de las iglesias. Por ello, las iglesias deben participar en él activamente; deben ser los verdaderos actores. El Consejo seguirá de cerca el proceso reuniendo en un todo coherente experiencias e iniciativas, reflexiones y acciones, y afinando sus objetivos. Las iglesias deben apoyar plenamente el Decenio con sus recursos morales, humanos y financieros. Además, creo que el CMI debe establecer un fondo especial para superar la violencia (por ejemplo, similar al del Programa de Lucha contra el Racismo).
a) La violencia a menudo condiciona a las personas, de tal manera que no son conscientes de la naturaleza perversa y las consecuencias destructivas de ese mal. La familia y la escuela pueden desempeñar funciones clave en la concientización. La familia es una institución sagrada, una "pequeña iglesia". Los procesos educativos y la formación cristiana comienzan en la familia. Para algunas de nuestras iglesias, la escuela de la comunidad es, en cierto sentido, la "extensión" de la iglesia. La educación religiosa debe ocupar un lugar central en los diferentes aspectos de la vida de una escuela. Estas dos importantes instituciones de la vida comunitaria, que por muchas razones han perdido su papel decisivo en muchas sociedades, deben ser objeto de atención prioritaria, por su carácter de instrumentos básicos en el proceso de concientización.
SUPERAR LA VIOLENCIA ESTABLECIENDO LA PAZ
La violencia acompañó a Jesucristo hasta la cruz. También estará entre nosotros hasta la plena realización del Reino de Dios. El Decenio es una oportunidad, un recordatorio, un llamamiento y un desafío. La actitud no violenta militante es testimonio en la vida; puede conducir incluso al testimonio en la muerte. Este es el camino cristiano. ¿Estamos dispuestos a iniciar este Decenio con esa firma convicción? No pretendamos que podemos destruir la violencia. Comprometámonos decididamente a superarla mediante la educación, la prevención, el afianzamiento de la comunidad y el establecimiento de la paz. La fe y la esperanza siguen siendo nuestro poder último para superar la violencia. Por medio del Decenio estamos llamados a dar testimonio, con valentía y responsabilidad, del Evangelio, fuente de nuestra fe y de nuestra esperanza. No debemos dejar pasar este kairós ecuménico.
ARAM I, CATOLICÓS DE CILICIA
Enero de 2001, Antelias, Líbano
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