Consejo Mundial de Iglesias
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Suiza |
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HA LLEGADO EL MOMENTO |
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Me (Judy Williams, Grenada) dirijo a ustedes en nombre del Equipo Ecuménico coordinado por el Consejo Mundial de Iglesias. Junto con muchos otros, hemos seguido con atención los progresos realizados desde 1995, en Copenhague, hasta Ginebra 2000. Estamos hoy en un momento crucial del proceso de puesta en práctica de los compromisos asumidos por los gobiernos de todo el mundo en Copenhague. Desde nuestra perspectiva de fe, la erradicación de la pobreza, el pleno empleo y la integración social son problemas fundamentales. Nuestra visión del Jubileo es la visión de un mundo de comunidades sostenibles, basadas en la justicia y la participación de todos, un mundo interdependiente de responsabilidad compartida. Llegamos a Ginebra 2000 profundamente decepcionados. Los esfuerzos para dar seguimiento a la Declaración y el Programa de Acción de Copenhague no han cambiado ni mejorado de manera significativa la situación de millones de personas en todo el mundo. De hecho, y a pesar del gran aumento de la riqueza mundial, en muchos casos la situación ha empeorado considerablemente. En los últimos cinco años, la riqueza ha seguido concentrándose en manos de unos pocos, mientras que la gran mayoría todavía carece de lo indispensable y lucha constantemente por sobrevivir con dignidad y esperanza. Nos alarma la ausencia de muchos Jefes de Estado en este período extraordinario de sesiones. ¿Significa eso que los gobiernos han abandonado sus responsabilidades? ¿Hasta qué punto el poder de los gobiernos de actuar en interés de los ciudadanos ha sido usurpado por las fuerzas de la mundialización? ¿Acaso los gobiernos han sido tomados como rehenes por las fuerzas del mercado y obligados a dejar de lado el desarrollo social en sus programas políticos? Son muchos los que hoy piden en el mundo que los gobiernos y los líderes políticos digan "NO": no a la mundialización, que hace que los mercados decidan de la vida y la muerte de tantas personas; no a la privatización de los bienes y servicios necesarios para vivir; no al espejismo de los mercados "libres", que conducen a la concentración de la riqueza, menoscaban la responsabilidad pública y reducen el compromiso social. Algunas voces destacadas de la comunidad mundial ponen en tela de juicio el actual sistema de mercado, que incrementa las diferencias entre ricos y pobres, impide la democracia, socava la diversidad cultural y amenaza la biodiversidad y los recursos naturales de los que depende la vida, tal como la entendemos y queremos. Nadie ignora la diferencia fundamental entre un crecimiento orientado a la creación de comunidades sostenibles y basadas en la justicia y un crecimiento que agrava la desigualdad social y la destrucción medioambiental. Ha llegado el momento de que todos nosotros, los gobiernos y las Naciones Unidas, hagamos verdaderamente nuestra la visión del Jubileo y obremos enérgicamente en favor de esa visión, la de una comunidad mundial cuya interdependencia no se reduzca al comercio y los mercados. Eso exige un cambio de mentalidad y reconocer que el valor real no puede expresarse en términos financieros y que la vida, en todas sus formas, no puede convertirse en una mercancía. La economía debería contribuir al bienestar de las personas, no hacer de ellas sus esclavas. Sobre la base de la ética, ese enfoque defiende el derecho de todos -en especial de los excluidos- a intervenir en los factores económicos que repercuten en la vida. El objetivo de la vida económica debe ser, en definitiva, promover la creación de comunidades sostenibles y basadas en la justicia. Y la creación de esas comunidades requiere cuanto menos una profunda valentía moral y medidas políticas. Ante la gravedad de la situación, y fortalecidos por la visión del Jubileo de una sociedad sostenible y basada en la justicia, instamos nuevamente a un cambio fundamental. Pedimos instituciones y sistemas financieros nuevos que tengan en cuenta las inquietudes de los países en desarrollo y promuevan su participación en la toma de decisiones de las instituciones financieras internacionales y en los sistemas comerciales. Abogamos también por que las Naciones Unidas, por intermedio de su Consejo Económico y Social (ECOSOC), desempeñen un papel más firme en la gestión de los asuntos públicos, en particular, en la determinación de la política y la responsabilidad de las instituciones monetarias, financieras y comerciales y en la supervisión de sus iniciativas. Respaldamos la aplicación de impuestos de transacciones sobre el capital y reiteramos la necesidad de códigos de conducta vinculantes respecto de las inversiones y de las empresas transnacionales y las instituciones financieras, a fin de que asuman la responsabilidad que les incumbe respecto de las consecuencias sociales y ecológicas de sus actos. Los gobiernos han de apoyar plenamente la función legítima de las organizaciones no gubernamentales y los movimientos populares en la planificación, el fomento y la supervisión del desarrollo social. Por último, volvemos a dejar constancia de nuestra firme oposición a las propuestas relativas a una iniciativa mejorada para la reducción de la deuda de los países pobres muy endeudados. La anulación de la deuda es un imperativo del Jubileo. Los gobiernos del mundo deben tomar medidas políticas para cancelar la deuda... y sin demora. Ha llegado el momento de que los gobiernos hagan suya la responsabilidad del desarrollo social y adopten medidas políticas para cumplir las promesas que se formularon en Copenhague. Ha llegado el momento de que los gobiernos representados en Ginebra 2000 cambien de mentalidad, se comprometan con la verdadera solidaridad mundial y se atrevan a abordar los actuales problemas sociales con valor y determinación. Ha llegado el momento de conceder a las Naciones Unidas -y hacer valer- su legítima función en la construcción de un mundo en el que se garantice la justicia y el desarrollo sociales de todos sus habitantes. Ha llegado el momento de una economía en favor de la vida y de una política de la esperanza. De las decisiones que hoy tomen ustedes depende la vida de muchos...
Equipo Ecuménico
El Consejo Mundial de Iglesias (CMI) es una comunidad de 337 iglesias, procedentes de más de 100 países de todos los continentes y de la mayor parte de las tradiciones cristianas. La Iglesia Católica Romana no es una iglesia miembro pero mantiene relaciones de cooperación con el CMI. El órgano rector supremo es la Asamblea, que se reúne aproximadamente cada siete años. El CMI se constituyó oficialmente en 1948 en Amsterdam (Países Bajos). Al frente del personal del CMI está su Secretario General, Konrad Raiser, de la Iglesia Evangélica de Alemania.
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