¡Qué hermosas son esas palabras del Evangelio que
acabamos de escuchar! ¡Qué privilegio es escuchar acompañada de Uds.,
representantes de las iglesias miembros del Consejo Mundial de Iglesias, visitantes,
comunicadores, colegas y cristianos del mundo entero, presentes en esta magna asamblea!
Asamblea de trabajo, de deliberaciones, decisiones, rendición de cuentas, intercambio,
dedicación, compromiso y planificación para el futuro de nuestra trayectoria
ecuménica! ¡Cuán hermoso y significativo es escucharlas aquí, en
Madre África, donde adquieren un ritmo y un sabor únicos; en esta Madre
África tan fácilmente olvidada e ignorada por los poderosos cuando les conviene,
tan desconocida por muchos, tan explotada y pisoteada por otros, pero también tan
querida por tantos de nosotros! Aquí, en este continente, en África, donde ese
mismo Jesús, quien nos dice cual ha de ser su misión al inicio de su ministerio,
recibió asilo y protección hace dos mil años siendo aún un
recién nacido. Aquí, en el día de hoy, nosotros disfrutamos, nuestros
oídos, intelectos y espíritus se conmueven al unísono con las palabras
que acabamos de oír: "El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar
libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el
año favorable del Señor".
En estos versos está resumido el ministerio de Jesús el cual de palabras
inspiradas e inspiradoras, Él convierte además en práctica edificante,
hechos concretos, y acción que nos estimula y reta. En estos versos está
resumido el propósito y la voluntad de Dios concretizadas a través de la
acción del Cristo, al cual se refiere el Apóstol Pablo al dirigirse a los Colosenses,
con el cual "mediante la muerte en su cuerpo humano nos ha puesto en paz con Dios", nos ha
consagrado y nos insta a permanecer firmes en la fe (Colosenses 1:22-23). Pablo habla de
Jesús como el Cristo, otorgándole el título de mayor rango posible, y
como el representante del Dios invisible. O sea, que es a través de Él que Dios se
revela y se relaciona en forma directa con la humanidad y todo lo creado. Cuando nos
relacionamos con Él, nos relacionamos con Dios. Cuando le conocemos, conocemos al
mismo Dios. Cuando le recibimos, a Dios mismo recibimos. Cuando lo comprendemos,
comprendemos a Dios. Igualmente, cuando actuamos a favor o en contra de uno de sus
hermanos más pequeñitos, a Él favorecemos o despreciamos, a Él lo
hacemos, como nos lo indica en Mateo 25. En Él todas las cosas están
conectadas, tienen sentido, se mantienen en orden.
Esto tiene tremendas implicaciones para nosotros al considerar la práctica de
Jesús a través de la cual nos presenta y revela a Dios. Lo que descubrimos es
práctica de vida, de afirmación de vida; que produce vida, la defiende y la
promueve en dignidad. Dicha práctica se enfrenta a los sistemas de muerte y hace
posible la gestación de proyectos de vida en medio de una sociedad plagada de
injusticias; una sociedad en la cual la explotación, la marginación, la
opresión religiosa, política y social y la pobreza eran la orden del día para
las grandes mayorías del pueblo.
¿Quién de nosotros no conoce las historias bíblicas que nos presentan a
Jesús haciendo el bien, respondiendo a las necesidades de los demás, utilizando
de la mejor manera posible las iniciativas y oportunidades que las personas que le
seguían y rodeaban le presentaban? ¿Quién de nosotros no ha celebrado
su forma de resolver situaciones difíciles, de restaurarle la dignidad a las personas y de
producir milagros? Pero no nos confundamos. Hablamos de milagros y no de actos de magia
para llamar la atención o hacer despliegue de su poder. Una y otra vez lo conocemos
involucrando, inmerso de pies a cabeza en acciones de compasión y solidaridad
enraizadas en su misión. Tales hechos siempre fueron más allá de lo
esperado, de lo obvio, proveyendo experiencias y lecciones profundas para todas las personas
y presentes aún para nosotros hoy en día.
¿Quién de nosotros puede olvidarlo sanando a aquella mujer la cual por espacio
de dieciocho años sufría por tener su espina dorsal jorobada? (Lucas 13: 10-17)
De seguro, Uds. recuerdan cómo esta mujer, aprovechando su invisibilidad, la
indiferencia hacia ella y la manera en que era ignorada por los que le negaban el acceso al
templo por el mero hecho de ser mujer, penetró en el mismo y se presentó a
Jesús. Jesús procedió a sanarla sin que se diera un diálogo entre
ellos. Las palabras sobraban. La comunicación necesaria había sido establecida.
Todo su cuerpo gritaba pidiendo sanidad. Encontrarse allí en aquel momento era un
mensaje claro de lo que quería que aconteciera en su cuerpo y en su vida y de la fe que
tenía. Jesús, movido a compasión y en cumplimiento de su misión,
actuó. Se efectuó el milagro. El milagro, sin embargo, no se circunscribe al
hecho de que la mujer jorobada recuperara su postura, se enderezara y comenzara a alabar a
Dios. Además de esto, como nos dice Annice Callahan en su libro Spiritual Guides for
Today (Guías Espirituales para Hoy), Jesús efectúa un evento de enormes
proporciones, de gran significado histórico.
Una de las versiones bíblicas (RSV) dice que Él la llamó, la atrajo hacia
sí, así que podemos concluir que la situó en el centro de la sinagoga, y
allí la tocó y la sanó sin mencionar la palabra pecado' para nada. Todo
esto lo hizo en el día de reposo, el Sábado. Annice Callahan resume las
implicaciones de esto de la siguiente manera: "Hablarle en público representa dejar a
un lado las restricciones impuestas sobre la libertad de las mujeres. Situarla en medio de la
sinagoga fue desafiar el monopolio de los varones sobre la gracia y el acceso a Dios. Afirmar
que su enfermedad no era un castigo divino a causa del pecado, fue declararle la guerra a todo
el Sistema de Dominación. Tocarla fue revocar el código de santidad con sus
escrúpulos masculinos sobre la impureza de las mujeres. Llamarla Hija de Abraham'
fue hacerla un miembro pleno del pacto en igualdad de condiciones con los hombres ante
Dios. Además, al sanarla en el día de reposo libera el Sábado para que sea
un jubileo de libertad y restauración".
Está claro que la misión de Jesús era integrada e integral. Cubría
todos los aspectos enumerados en el verso bíblico de Lucas 4. Incluye la sanidad, la
restauración a la comunidad, la liberación de todo tipo de prisión y
opresión, y la proclamación abierta, clara, diáfana, firme que procura
transformar a las personas y a cualquier orden injusto establecido. En su actuar siempre
incluyó alguna lección profunda, transformadora en cuanto a las relaciones
humanas y reveladora en cuanto al amor y a la gracia de Dios hacia la humanidad.
¿Quién de nosotros no conoce aquel otro relato que nos presenta a Jesús
resolviendo milagrosamente otra situación de necesidad colectiva - de hambre?
¿Lo recuerdan? Los discípulos, preocupados porque la gente debía de
tener hambre, le comunicaron su preocupación a Jesús quien les indicó
que les dieran ellos de comer. Los discípulos pensaron que les estaba pidiendo que
fueran a comprar comida para darles; que la solución estaba en el dinero y que la
acción que hacIa falta era comprar. En vez de eso, Jesús, a partir de cinco panes
y dos peces que un niño en un acto noble de desprendimiento puso a disposición
de los discípulos para alimentar a la multitud, efectúa el milagro. Al recibir el
regalo del niño, Jesús reivindica el valor de la dávida, la solidaridad, la
sencillez y la fe. En su proceder, al dividir a la multitud en grupos de cincuenta,
reafirmó la importancia que tiene la organización del pueblo para enfrentar y
resolver los problemas colectivos. El milagro en sí debe haber sido el convencer a las
personas a que saquen los panes y los peces que tenían guardados,
prácticamente almacenados pienso yo, para comérselos solos si no
aparecía otra cosa.
Cuando lo que cada cual tiene se junta y se suma, no sólo hay suficiente para todas y
todos sino que ¡inclusive sobra! Porque en su infinito amor Dios ha provisto suficiente
para toda la humanidad. El problema es que además de estar mal distribuido lo
tenemos escondido. Sólo necesitamos enderezar eso, lo cual no es poca cosa. Esa es
aún hoy en día la noticia, la exigencia del Evangelio para nosotras y nosotros,
que si actuamos podemos convertir en buena noticia para los pobres, en práctica de
jubileo y en anuncio creíble del año agradable del Señor. Probablemente
nunca antes había sido tan necesaria, tan urgente nuestra intervención de fe, de
testimonio cristiano, de obediencia al Evangelio.
Actualmente la situación de nuestros respectivos pueblos y colectivamente a nivel
mundial, es realmente alarmante. No puede ser de otra manera cuando se da el dominio de la
fuerza del mercado sobre la sociedad. La lógica imperante, que nos afecta a todas y a
todos, es de exclusión, de marginación, de dejar fuera o eliminar a quienes no
aportan como los poderosos creen que deben hacerlo. La participación en los procesos
que nos afectan es cada vez menor. La sensación que muchas personas experimentan es
que a nadie le importa lo que les suceda. ¡Cuántas personas tienen que
abandonar su hogar y dejarlo todo, a causa, por ejemplo, de los conflictos armados, la
degradación del medio ambiente, el hambre y el desempleo para encontrar murallas
imposibles de escalar, puertas cerradas, discriminación y desprecio en donde llegan, los
que llegan! ¡Cuántas comunidades indígenas no están siendo
destruidas o desplazadas!
Millones de personas están condenadas a condiciones de vida, que más que de
vida se asemejan a condiciones de muerte, sumamente difíciles e inhumanas. Cada vez
más la concentración de la riqueza está en menos manos. Países
enteros son sometidos a programas de ajustes, obligados a instituir procesos de
privatización - que culmina negándole a las mayorías sus derechos
individuales y sociales tales como la salud, la educación, el trabajo y la tierra - y a
desviar enormes cantidades de dinero hacia el pago de la impagable e incobrable deuda
externa.
La pobreza se expande y crece a una velocidad increíble. Inclusive sectores de la
población en muchos países que anteriormente habían disfrutado de
algún bienestar, hoy en día sufren serias privaciones. ¡Cuántas
comunidades nuevas no han sido creadas alrededor de los basureros donde cientos de familias
intentan sobrevivir consumiendo las sobras sucias y malolientes de los demás! Ya,
alrededor del 60% de la población mundial toca los niveles de pobreza, mientras que de
1.300 a 1.500 millones de seres humanos reciben menos de un dólar diario, lo cual
representan niveles de carencia tan crasa que laceran la dignidad y los sentimientos --el
espíritu mismo de las personas.
Las mujeres constituyen la mayoría entre el enorme grupo de las personas excluidas
del disfrute de los derechos humanos, inclusive del derecho a la vida. Ellas, junto a sus hijas e
hijos, son las más pobres entre los pobres.
Unos de los fenómenos más crueles que se están dando en nuestro mundo
hoy es el maltrato, la explotación, el abuso y el abandono de la niñez.
¡Cuántos niños y niñas son forzados a vivir en la calle y a trabajar
en condiciones infrahumanas! ¡A cuántos les es negado el acceso a una
educación y a una infancia feliz! ¡Cuántos son, por ejemplo, utilizados en
proyectos de pornografía, el tráfico de drogas, la prostitución infantil y la
venta de órganos! Como si esto fuera poco, se da también lo que ha sido
denunciado como "genocidio silencioso", que no es otra cosa que la muerte de once millones
de niñas y niños anualmente, que podrían ser evitadas con poco dinero
que algunos países ricos se niegan a proveer aún sabiendo lo que ello
significa.
De acuerdo a la Organización de Naciones Unidas, 37.000 empresas transnacionales
con más de 200.000 afiliadas por todo el mundo controlan el 75% de todo el comercio
mundial de mercancías, productos manufacturados y servicios. Estas empresas
emplean menos del 5% de la fuerza de trabajo mundial. Producen y consumen sustancias que
aniquilan la capa de ozono. Generan el 50% de las emisiones que causan el efecto de
invernadero que pone en riesgo la vida del planeta.
En diversos países hemos experimentado fenómenos atmosféricos que
han causado daños de enormes proporciones. La moda es llamarles "actos de Dios" a
estos fenómenos, en un intento de los humanos de no asumir ninguna responsabilidad
por ellos. Todo parece indicar sin embargo que, en forma directa o indirecta, los mismos
tienen relación con la actividad humana. Uno tiene que preguntarse por qué en
los análisis del llamado Niño no se miden los efectos de los experimentos
nucleares en el Pacífico, por ejemplo, sobre el calentamiento de las aguas
marítimas, siendo que es esta parte del mundo donde se inician los cambios asociados
al mismo. Claro está, los efectos más nocivos siempre recaen sobre los sectores
y naciones más empobrecidos, más vulnerables, alrededor del planeta. Eso no
por la voluntad o la acción de Dios, quien es misericordioso, sino por los designios
humanos. Nuestra región caribeña y latinoamericana, así como
África, ha sido fuertemente castigada. Recientemente Honduras y Nicaragua fueron
devastados por un huracán. Más de 11.000 personas han muerto y la
infraestructura, la agricultura y los medios de producción han sido devastados.
Parecería que hay una confabulación en contra de los pueblos para negarles su
libertad, mantenerles cautivos en el colonialismo, la dependencia, el mal llamado
endeudamiento y la pobreza, en fin, para destruirles, hacerles desaparecer. No es fácil
en muchísimos contextos mantener la esperanza, que no es otra cosa que la
acción activa y transformadora sin embargo, la gente no se da por vencida. Contra
viento y marea demuestra una capacidad extraordinaria para mantenerse a flote y hasta para
echar hacia adelante. Dondequiera hay grupos, sectores organizados que van desde la
niñez, atravesando por las mujeres, hasta comunidades enteras. Hombres, mujeres y
jóvenes se unen para defender a la naturaleza, a la Creación de Dios.
También se unen para defender la vida personal y comunitaria a través de
proyectos y procesos, de intercambio de experiencias, conocimientos y recursos de toda
índole incluyendo los análisis de la sociedad, las visiones sobre el futuro y las
soluciones inmediatas, así como a largo plazo la mayoría de ellos esperan y
hasta reclaman que como iglesias locales, nacionales o Consejo Mundial de Iglesias estemos
ahí con ellos, pero no se sientan a esperarnos. Si no llegamos, el camino es a menudo
más difícil, pero no por eso van a dejarlo de caminar.
Globalizar la solidaridad se ha convertido en la consigna de miles de personas que
rehúsan aceptar que hemos llegado al fin de la historia y que con valor han asumido el
reto de reescribir el libreto histórico que otros les quieren imponer. Ahí hay
iglesias y sectores de iglesias junto a otros grupos de la población. Actúan, a mi
entender, como lo hizo Jesús. Donde dice cautiverio, escriben libertad. Donde dice
prejuicio y marginación, abren las puertas y los corazones. Donde se impone la escasez,
juntan y comparten lo que tienen y retan la mala distribución de los bienes. Donde hay
exigencias por pagarés impagables de deuda externa, explotación y
opresión, escriben jubileo y justicia. Donde dice desesperanza, escriben esperanza a
través de proyectos y alternativas. Parece ser como en los tiempos de Jesús, que
cuando alguno pensaban que el fin estaba cerca, todo estaba apenas comenzando, porque Dios
en su infinito amor no abandona a la humanidad, sigue escuchando el gemido de los pueblos
y acompañándolos en su caminar.
Como iglesias y como Consejo Mundial de Iglesias nos toca esa misión integrada e
integral hacia toda lo creado, que no descuida ninguno de los aspectos presentes en el verso
del Evangelio, los cuales fueron articulados en términos concretos e históricos a
través de la acción de Jesucristo. La práctica de la unidad y de la
solidaridad, de facilitar la organización, la reconciliación y la restauración
del pueblo, de juntar y poner a disposición de los demás los recursos que
tenemos, de ser canales para la sanidad, la reintegración a la comunidad los
excluídos, la liberación de todo tipo de opresión y prisión y la
proclamación clara y firme transformadora, demoledora de toda injusticia, definen los
aspectos imprescindibles de nuestro ministerio. Parecerá mucho, pero no tenemos otra
opción.
Que el amor del Dios, de la historia que se hizo carne para habitar entre nosotros, la gracia de
Jesucristo y la presencia del Espíritu Santo nos iluminen, nos muevan, nos empujen y
nos llenen de gozo al aceptar los desafíos que el Evangelio nos presenta en este
momento histórico.
¡AMEN!
Rev. Eunice Santana
Eunice Santana es una de los siete presidentes del Consejo Mundial de Iglesias y es pastora de la iglesia Discípulos de Cristo en Puerto Rico.
Culto en la Octava Asamblea
Octava Asamblea y 50 Aniversario