Cincuenta Aniversario y Octava Asamblea del CMI |
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Crónica mensual no. 6 |
El complejo del Gran Zimbabwe se construyó entre los siglos XI y XIII y el reino
alcanzó su apogeo entre los siglos XIV y XVI de la era moderna.
De aquí proviene el nombre de Zimbabwe, en el idioma shona predominante: dzimba dza
mabwe -las casas de piedra. Debe haber sido un espectáculo, aquellas piedras apiladas
hilera sobre hilera, sin mortero, formando una serie compacta y misteriosa de círculos y
más círculos, hasta unos diez metros de altura. Y si uno escucha bien, se concentra
atentamente y se mantiene muy quieto, las piedras hablan. Algunos dicen que es el chocar de las
lanzas de los ejércitos de Monomotapa. Otros, como los cristianos que llegaron
después, pretenden que es el sonido de todos los muertos desde el comienzo de los tiempos
que tratan de encontrar una salida para acudir a la cita del día del juicio.
Cualquiera sea la verdad, dzimba dza mabwe es un lugar para el alma y es maravilloso.
Zimbabwe comenzó aquí mucho antes de que el mundo oyera hablar de John Cecil
Rhodes, Ian Smith y Robert Mugabe.
A finales de este año, en diciembre, las iglesias se reunirán en Zimbabwe, en Harare su
floreciente capital, para celebrar la Asamblea del Jubileo y, si escuchamos muy atentamente y en
silencio, quizá esas piedras hablen y nosotros aprendamos.
Mucha agua ha pasado bajo los puentes desde que Monomotapa llegó a su fin, como les
ocurre siempre a las cosas materiales, y la historia de Zimbabwe, como casi todas las historias, ha
sido escrita con sangre y venalidad, así como con heroísmo y fe.
Los delegados a la Octava Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) podrán
reflexionar sobre el tema de la Asamblea "Buscad a Dios con la alegría de la esperanza" en un
país que sólo tiene 18 años de edad según la forma moderna de contar el
tiempo, aunque conforme al cómputo africano tiene una historia y un espíritu que se
remontan a un milenio o dos, hasta los precursores bantúes de los pueblos shona y
ndebele.
Los visitantes de hoy recordarán cómo unos regímenes racistas minoritarios
impusieron su dominio por la fuerza a las mayorías del África austral. En Zimbabwe, la
larga y penosa lucha por la libertad concluyó en 1980, cuando el régimen ilegal del
Frente Rodhesiano de Ian Smith se vio obligado a aceptar el gobierno de la mayoría y
nació el Zimbabwe democrático de las cenizas de una guerra rural que duró 15
años y fue una de las más brutales de África.
Ha sido un largo y tortuoso camino el que condujo del reino de Monomotapa a la República
de Zimbabwe; durante ese recorrido las iglesias tuvieron no poca participación en la empresa
colonial y, de alguna manera, también supieron hacer la necesaria transformación y
ayudaron a ponerle fin.
El colonialismo y el racismo dejan profundas huellas y, pese a la política de
reconciliación nacional que Robert Mugabe ha seguido desde 1980, algunos podrían
preguntarse quién ganó la guerra. ¿Fueron aquellos que viven en los suburbios
verdes y arbolados de las ciudades o la mayoría de los 11 millones de habitantes del
país que siguen viviendo muy por debajo del umbral de pobreza en polvorientos tugurios
urbanos y en áridas tierras de propiedad colectiva en las zonas rurales?
Hace unos 100 años que los misioneros ayudaron a engañar al rey ndebele Lobengula
para que cediera el control de sus posesiones en Matabeleland, y los británicos acudieron
ostensiblemente a proteger a los shona de los ndebele, aunque en realidad lo hacían porque
pensaban que había oro en las colinas de granito. En 1893, la British South Africa Company
(BSAC) de Rhodes obtuvo una cédula real que autorizaba a la compañía a tomar
posesión de todo el territorio al norte del gran río Limpopo. No había tanto oro
como se esperaba; en cambio, había millones de hectáreas de tierras agrícolas de
primera calidad, algo ideal para colonizadores procedentes de Irlanda y Gran Bretaña.
Los shona y los ndebele se defendieron en 1896 y 1897, en lo que hoy se celebra como la Primera
Chimurenga (guerra de liberación). Perdieron la guerra y también su tierra sagrada
cuando la BSAC asignó grandes extensiones a las iglesias y a los colonizadores blancos que
obligaron a los africanos a servir de mano de obra casi esclavizada o marcharse a "reservas"
eufemísticamente denominadas tierras tribales en fideicomiso, que son las tierras de propiedad
colectiva de la actualidad.
En 1930, alrededor de 11.000 colonos blancos poseían poco menos de 20 millones de
hectáreas de tierra de primera calidad. La mayoría africana poseía poco
más de 12 millones. Un pastor metodista adquirió tierras para su iglesia cabalgando
durante una jornada en las cuatro direcciones; cuando se detenía al final de cada recorrido
marcaba el límite de su tierra cristiana.
Las iglesias se establecieron, la primera en 1859, con escuelas, hospitales y lugares de culto. Eran
agentes de la fe y la colonización como lo ponen de relieve los nombres que figuran en los
documentos en que se deja constancia de la "venta" de la tierra a Rhodes.
Junto a ese aspecto sórdido de la historia también se puede apreciar la función
que algunas iglesias desempeñaron en la lucha popular por la tierra, la libertad y la justicia
social y contra el racismo. El primer Consejo de Iglesias de Rodhesia se formó en 1964 en
parte para luchar contra el colonialismo y sus políticas racistas que fomentaban la pobreza y la
injusticia.
La Segunda Chimurenga (1966-1979) comenzó mucho antes de esa declaración de
independencia. Hacia 1966 los dos principales movimientos de liberación, ZAPU (Unión
de los Pueblos Africanos de Zimbabwe) formado en 1961 y ZANU (Unión Nacional Africana
de Zimbabwe) formado en 1963, ya estaban formando guerrillas y tenían apoyo popular por
todo el país.
Para las iglesias, que muy a menudo reflejan la sociedad, fue un momento de división. Dos
obispos católicos romanos extranjeros así como varios sacerdotes y religiosas fueron
deportados por Smith, mientras muchos puestos de misión encubiertamente apoyaban a los
"muchachos del monte".
Las iglesias protestantes estaban más divididas, aunque cuando se promulgó la
constitución racista de Smith en 1969, nueve jefes de iglesias la condenaron
públicamente y el Consejo de Iglesias de Rodhesia se opuso a un parlamento en el que se
otorgaban 50 escaños a 250.000 blancos y 16 escaños a 5.000.000 de africanos
negros.
Los cristianos debatían la vieja cuestión de la violencia mientras los guerrilleros
concentraban sus ataques en las explotaciones agrícolas comerciales, propiedad de blancos, en
un esfuerzo por obligar a estos últimos a retirarse. Muy a menudo era el clero blanco el que se
oponía a la violencia, mientras que los pastores y sacerdotes negros sabían que su
pueblo apoyaba la lucha por la liberación y la tierra.
Cuando cientos de dispensarios y escuelas rurales fueron destruídos, dañados u
obligados a cerrar sus puertas a causa de las duras tácticas del ejército rodhesiano cada
vez más asediado, en los edificios eclesiásticos de las ciudades y en los puestos
misioneros de las zonas rurales se dio albergue a refugiados y a las personas desplazadas. Hubo
matanzas en varios puestos de misión con centenares de muertos.
En 1978, el Fondo Especial de Lucha contra el Racismo del CMI hizo una donación de
143.000 dólares EE.UU. con fines humanitarios a los dos movimientos de liberación,
por entonces conocidos como el Frente Popular. La tormenta de protestas desatada en Rodhesia y
en el plano internacional fue muy desproporcionada habida cuenta del tamaño de la
donación, olvidándose casi por completo su finalidad no violenta a la vez que el apoyo
del CMI a una paz negociada.
En Rodhesia, el Consejo de Iglesias apoyó la donación, mientras que los dos obispos
anglicanos blancos del país expresaron su indignación aún cuando la inmensa
mayoría negra de sus fieles saludaron el apoyo como un acto de solidaridad con las personas
oprimidas por motivos raciales. El Reverendo Canaan Banana, pastor metodista que se
convirtió en el primer presidente independiente de Zimbabwe, renunció como ministro
metodista cuando su iglesia declaró que no podía apoyar la violencia de ninguna de las
dos partes.
El Fondo Especial del Programa de Lucha contra el Racismo provocó una amarga disputa en
el seno del Movimiento Ecuménico, pero en Rodhesia, que muy pronto se convertiría
en Zimbabwe, este período se consideró como el mayor acierto del CMI y algo que,
hasta hoy, tanto los dirigentes como el común de la gente de Zimbabwe recuerdan con una
especie de sobrecogimiento. Mientras que los blancos racistas denunciaron al CMI por ser "blando
con el comunismo" y "pro-terrorista", la mayoría de los cristianos de Zimbabwe expresaron
profunda gratitud por ese gesto de solidaridad.
La noche del 17 de abril de 1980 vio el nacimiento de la nueva nación de Zimbabwe,
acompañado de una salva de 21 cañonazos, una antorcha encendida y una
oración. El recién elegido Primer Ministro (ahora Presidente Ejecutivo), Robert
Mugabe, pronunció un histórico discurso en el que exhortó a la
reconciliación y a transformar las espadas en arados, lo que tranquilizó a los 100.000
blancos que permanecían en el país y sus familiares en el extranjero. Mugabe
asistió a una misa por la independencia en la catedral católica romana y a un servicio
ecuménico en la catedral anglicana. Junto con el nombramiento del Presidente Banana, fue un
reconocimiento público del papel que habían desempeñado las iglesias durante la
guerra de liberación.
A principios del decenio de 1980, Mugabe aplastó una insurrección en Matabeleland con
tal ferocidad contra los civiles que las iglesias, especialmente la CCJP, se vieron obligadas a protestar
contra las atrocidades en un categórico informe (hecho público sólo este
año) titulado "Breaking the Silence, Building True Peace" (Romper el silencio, construir la paz
verdadera). El Gobierno aún no ha respondido a las alegaciones de matanzas, violaciones,
tortura y otros crímenes cometidos contra la población civil por las fuerzas de
seguridad.
Zimbabwe es un pequeño país de poco menos de 400.000 km2 con una
población apenas superior a los 11 millones de habitantes. Es un país sin litoral de
increíble belleza, con montañas, lagos, sabana y tierras bajas, lugares muchos de ellos
rebosantes de aves y otras formas de vida silvestre. El turismo es una industria en crecimiento:
Zimbabwe es uno de los tres o cuatro destinos principales en Africa. Tiene una buena
infraestructura, fuertes sectores agrícola, minero e industrial y, en relación con las
pautas africanas, una economía por encima de la media. Constitucionalmente es una
democracia multipartidista.
Durante diez años, el estilo de socialismo de Zimbabwe contribuyó al mejoramiento de
la salud y la educación, a la integración de instituciones públicas y privadas y al
mantenimiento y el mejoramiento de la infraestructura del país. Sin embargo, en 1990 el
país se encontraba seriamente endeudado, los campesinos seguían sin tierras y la
miseria urbana iba en aumento a medida que miles de personas se trasladaban a las grandes ciudades
de Harare y Bulawayo en busca de puestos de trabajo inexistentes. Oficialmente Zimbabwe tiene
hoy un 40% de desempleo, pero se dice que la cifra real es muy superior.
En 1990, Mugabe emprendió con renuencia un programa de ajuste estructural
económico, exigido por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que
abrió el país al libre mercado pero ha acarreado indecibles sufrimientos a la
mayoría de la población (Zimbabwe ocupa el lugar 121 en la escala de desarrollo
humano del PNUD), y ha destrozado los sistemas de salud y educación.
Tras 18 años en el poder, prácticamente sin oposición, el Gobierno ha sido
acusado por iglesias, universitarios, sindicalistas, un sector de los medios de comunicación y
muchos ciudadanos de estar desgastado, carecer de visión, dormirse en los laureles y ser
incapaz de acabar con la corrupción y la incompetencia de los altos funcionarios, incluidos
algunos ministros de Estado. Muchos altos funcionarios del Gobierno tienen una forma de vida
lujosa y muy alejada de la que lleva la inmensa mayoría de la población. Sin embargo, si
se consideran la opulencia y la corrupción de muchos otros países africanos, y otras
partes del mundo en desarrollo, la situación de Zimbabwe es relativamente aceptable. Sin
embargo, esto es escaso consuelo para la gente que viaja apiñada en autobuses destartalados
cuando pasa a su lado una flota de limusinas llevando a un solo ministro o alto burócrata, que
regresan a sus grandes y confortables casas pagadas por el Estado.
Los disturbios y las críticas abiertas al partido gobernante estallaron a principios de este
año en graves manifestaciones de protesta por la situación de los productos alimenticios,
en las que resultaron muertas nueve personas y se produjeron daños por valor de cientos de
millones de dólares, principalmente en Harare. Por primera vez desde la independencia, la
oposición a la ZANU-PF está creciendo, aunque sin estar políticamente
estructurada.
Las iglesias han intentado seguir de cerca la situación en materia de derechos humanos y tratan
de promover la sociedad civil. Los grupos de mujeres, cada vez más fuertes, se hacen
oír cada día más y están en la vanguardia de las demandas de cambio. Las
manifestaciones estudiantiles son moneda corriente. La población pide ahora mayor libertad
en los medios de comunicación, más democratización y una mayor
participación en la adopción de decisiones. Sin embargo, Mugabe y el partido
gobernante muestran pocos signos de querer compartir el poder y no hay límite constitucional
alguno al número de mandatos que puede cumplir un presidente. Mugabe fue reelegido en
1995 y en la cuarta legislatura en curso sólo hay tres miembros de la oposición en una
cámara de 150 miembros.
Cuando el secretario general del CMI, Konrad Raiser, visitó Zimbabwe en abril, lo hizo para
llevar el mensaje del Jubileo a un pequeño país africano abrumado por la deuda.
Pragmáticamente, también lo hizo para observar la marcha de los preparativos de lo que
será, aparte de los acontecimientos deportivos, la más grande reunión
jamás celebrada aquí. Se encontró con los problemas propios de la
preparación de una asamblea, en cuanto a logística y diferencias culturales entre los
burócratas eclesiásticos del Norte y el Sur. Mucha gente jamás ha oído
hablar del CMI ni de su Octava Asamblea. A raíz de los últimos acontecimientos
ocurridos en el país muchas personas se han desplazado al extranjero.
Sin embargo, durante los cinco días en que Raiser, acompañado de personal directivo
del ZCC y dirigentes eclesiásticos, fue recorriendo el país y reuniéndose con
ministros de Estado, obispos y otras personalidades, también tuvo la posibilidad de ver lo que
se ha realizado; y es impresionante, cualquiera sea el criterio con que se mida. En una reunión
conjunta del personal de Zimbabwe y "los de Ginebra" el entusiasmo y el optimismo eran palpables.
No cabe duda de que hay problemas que es necesario resolver, pero las respuestas, decía un
obispo metodista, "están todas aquí".
Los miembros de las iglesias de Zimbabwe tal vez no sepan a ciencia cierta qué es lo que se
pretende en una Asamblea con una "sesión plenaria" o una "sesión de información
y debate", o qué interés podrán tener para una congregación local; a los
fieles de Zimbabwe podrán parecerles exóticos y extraños los servicios de culto,
pero de todos modos van a cantar y danzar con entusiasmo. Los visitantes quizá se
encuentren con que los teléfonos no siempre funcionan o que el transporte no responde a la
famosa puntualidad de los autobuses de Ginebra, pero así son las cosas, y los habitantes de
Zimbabwe están verdaderamente orgullosos de tener esta oportunidad de demostrar al mundo
que también ellos son una parte real de la Iglesia universal, la oikoumene.
Los miles, que no millones, de piedras del recinto en ruinas
conocido como Gran Zimbabwe son grises, con motas de oro y manchas de añil.
Excepción hecha de los grandes templos del Nilo medio, estas maravillosas piedras son las
ruinas más famosas de África y vestigio del formidable reino de Monomotapa que en
otro tiempo dominó inmensas regiones de los actuales países de Zimbabwe,
Mozambique, Zambia, Malawi, Tanzanía y norte de Sudáfrica.
Hugh McCullum es escritor y periodista canadiense residente en Harare.
Hace nueve años que vive en África y su libro más reciente es The Angels
Have Left Us: The Rwanda Tragedy and the Churches (Los ángeles nos han dejado: la
tragedia de Rwanda y las iglesias) (WCC Publications, 1995). McCullum ha dirigido la
publicación de la revista de la Octava Asamblea Welcome to Zimbabwe (Bienvenidos a
Zimbabwe) (WCC Publications, 1998). Miembro de la Iglesia Unida del Canadá, hace
más de 20 años que está vinculado al CMI y actualmente es consultor de la
Oficina de Comunicación. Está a disposición para cualquier comentario o
entrevista.
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° Iglesia metodista (Tema
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° Áridas
tierras (Tema Photo Oikoumene: Development & economy/communities; no. de ref:
2813-21)
John Newbury
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