Octava Asamblea Sesiones plenarias sobre el Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres |
Fase 1 - La
Memoria (Esta fase será presentada por medio de una procesió˘n, un video y las siguientes palabras de gratitud de Despina M.Prassas)
El Decenio
Ecuménico
Les saludo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Buenos días. Quisiera dar gracias a nuestro Señor por darme la oportunidad de estar
aquí y de
celebrar juntos la clausura del Decenio Ecuménico de solidaridad de las Iglesias con las
Mujeres.
Estamos agradecidas por haber podido celebrar de tantas formas diversas nuestras aptitudes y
nuestros dones que hemos ofrecido a la Iglesia. El valiente esfuerzo y el compromiso de las
mujeres que participaron en el Decenio han sido beneficiosos para muchas personas. Nuestro
amor recíproco es la esperanza que mantiene vivas a las iglesias, cumpliendo la
misión de
Jesucristo.
Mujeres de todo el mundo se reunieron en la celebración de cultos en toda frica para
festejar el
comienzo del Decenio; se realizaron encuentros nacionales y regionales en más de una
docena de
países; las celebraciones en Asia, incluyeron servicios de Pascua al amanecer en
Pakistán y
Filipinas; en el Reino Unido, muchas personas se congregaron en un oficio religioso realizado en
la Abadía de Westminster, y en las iglesias metodistas, las mujeres predicaron en los
cultos de
Pascua; en Costa Rica, un grupo ecuménico de más de 150 mujeres se reunió
para el lanzamiento
del Decenio; en Creta, mujeres ortodoxas de todo el mundo se reunieron para celebrar, y en todo
el territorio de los Estados Unidos, los responsables de programas y consejos se organizaron para
coordinar la documentación del Decenio, mientras otras iglesias adoptaron resoluciones
específicas para promover la participación en este acontecimiento. |
Índice Pulsar en cualquiera de los siguientes:
La memoria
Carta a la Octava Asamblea
del CMI de las Mujeres y los Hombres Participantes en el Festival del
Decenio: DE LA SOLIDARIDAD A LA
RESPONSABILIDAD |
Si bien muchas de las dificultades siguen existiendo, uno de los signos más esperanzadores fue el hecho de que algunas iglesias reconocieran que la mayoría de los problemas relacionados con la cuestión de género o con las comunidades no son meramente asuntos de las mujeres sino que son responsabilidad de toda la iglesia. Tanto las dificultades como las esperanzas han quedado documentadas en el texto "Desafíos de las Mujeres: hacia el Siglo XXI", programa de acción que fue discutido y tratado durante el Festival Ecuménico del Decenio: Imaginemos el futuro más allá de 1998, celebrado la semana pasada aquí en Harare.
Aunque ya se han abordado algunas de las preocupaciones de las mujeres, tenemos aún mucho trabajo por delante. Por consiguiente, estamos aquí, para "¡buscar a Dios con la alegría de la esperanza!"
También se me ha
pedido que
me refiriera brevemente al símbolo del Festival del Decenio: el agua. El agua que hoy
presentamos aquí ha sido traída por mujeres de todo el mundo para el Festival del
Decenio.
Mujeres de iglesias de cada región del mundo han ofrecido su agua como signo de
solidaridad y
de compromiso unos con otros y con la preservación de la vida. Aunque el agua es un elemento muy común que cubre casi tres cuartas partes de la superficie del planeta, también es un elemento extraordinario por cuanto es esencial para la vida del mundo: algunos organismos microscópicos pueden existir sin aire, pero ninguno puede crecer sin agua El agua ha dado origen a grandes civilizaciones y, a veces, ha causado su destrucción. Durante cientos de millones de años, ha sido uno de los instrumentos más poderosos modelando y remodelando la faz de la tierra en forma de glaciares helados, corrientes fluviales y océanos. Regula el clima, forma el suelo en el que echan raíces los cultivos y los bosques y, como fuente de energía hidroeléctrica, el agua mueve los mecanismos de la tecnología moderna. Es un ingrediente indispensable de casi todos los procesos de fabricación, desde la producción de pan hasta la de microchips de computadoras. |
Derramar las "l grimas" llevadas por mujeres de todo el mundo al Festival de la Década de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres. |
El agua, no obstante, es una paradoja. En algunas regiones es escasa y en otras abunda en exceso. Es un elemento que divide a pueblos y regiones del mundo, pero como recurso valioso y escaso ha unido a países para el desarrollo y la gestión de fuentes de agua transfronterizas. Es conocida su capacidad de destrucción, que se ha hecho evidente en las embestidas de El Niño y, más recientemente, del huracán Mitch, que se han cobrado miles de vidas. Al mismo tiempo, estas catástrofes naturales, han revitalizado los ecosistemas, ayudando a desintoxicar las aguas continentales y costeras.
Sin embargo, hay un tipo de agua para el que no existe paradoja alguna: el agua viva ofrecida por Jesús a Santa Fotini, la mujer del pozo (Jn 4). Nuestro Señor el Salvador, mirando el corazón de Santa Fotini, se da cuenta de que necesita curación y le ofrece la curación auténtica, la experiencia verdaderamente vivificante: le ofrece vida eterna. Por medio de las aguas del bautismo, Jesús "nos lava con su propia agua la suciedad del pecado, que ha desfigurado la belleza de la imagen."
El agua, por consiguiente, no sólo es un símbolo de nuestra mutua solidaridad, sino, lo que es más importante, un símbolo de la renovación de nuestro amor a nuestro Señor Jesucristo y nuestra fe en él. "Porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos" (Ap.7:17).
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1 San Gregorio Niasanceno, Sermón sobre las
Bienaventuranzas.
Las mujeres y la justicia
económica
Agradezco a Dios esta oportunidad de tomar la palabra en nombre de mis
hermanas del frica para hablar de un tema tan candente y actual como la justicia
económica.
Realidades
Lamentablemente, el ser humano, que supuestamente utilizaría y protegería la
creación por su
bien, se transformó en verdugo de su prójimo, creando sistemas económicos y
tratados
comerciales que favorecen el mercado, el dinero y el lucro en detrimento del ser humano y de su
dignidad.
La mundialización y la globalización de la economía, la implantación
de la economía de
mercado, la reducción de los servicios sociales, los desplazamientos de las empresas hacia
países
donde la mano de obra es más barata, son prueba suficiente de la voluntad humana
declarada de
favorecer un orden económico mundial injusto en el que la política
económica se impone a la
política social.
Las mujeres son las que más sufren las consecuencias de este egoísmo humano.
Hay una
feminización de la pobreza en todos los países, aunque con diferentes
manifestaciones y en
contextos diferentes.
En los países de Europa y de América, la mayoría de las mujeres empleadas
se encuentran en la
categoría de salarios más bajos. Se ven más afectadas por la reducción
del gasto social y la
supresión de puestos de trabajo que son causa de la pérdida de su salario y de su
jubilación. Hay
también una brecha que se agranda entre los ricos y los pobres, pero sobre todo entre los
hombres
y las mujeres.
En los países en desarrollo, las mujeres padecen el doble flagelo de la crisis
económica: primero,
como mujeres pobres y sin educación, y segundo, como esposas de un marido a quien el
desempleo y la crónica falta de pago obligan a veces a desplazarse a otros horizontes en
busca de
un empleo siempre hipotético. Las mujeres se ven forzadas a cargar solas el peso de la
supervivencia del hogar, a menudo en perjuicio de su salud.
El programa de ajuste estructural -ese amplio complot internacional que consiste en exigir a los
estados que abdiquen de sus responsabilidades en el ámbito de la salud, la educación
y los
servicios públicos, y aumenten sus ingresos (los impuestos, las tarifas de los servicios), es
decir,
que exploten más a sus poblaciones a fin de enriquecer a los ricos y promover el
desempleo, la
pobreza y la miseria en sus respectivos países- sí, ese complot, decía, ha
alcanzado plenamente
sus objetivos. En ninguno de los países en donde se aplica el plan, la población ve
signo alguno
de recuperación económica, como lo pretenden los instigadores. Por el contrario,
millones de
personas son condenadas a la pobreza y a la muerte temprana pues el dinero que debía
garantizar
las necesidades fundamentales se desvía y se paga a los acreedores. Se trata sencillamente
de
transferencias de riquezas y recursos de los países pobres a los países ricos.
Esta triste situación afecta sobre todo a las mujeres, pero también a los niños,
sacrificados sobre
el altar del lucro, que deben trabajar prematuramente, para contribuir a la supervivencia de sus
familias, todo esto arriesgando sus vidas (turismo sexual, prostitución, violaciones,
delincuencia
juvenil, etc.).
Lo que las iglesias y las mujeres pudieron hacer frente a la situación
Fase 2 - El Presente
(Esta fase ser presentada a trav‚s de
las reflexiones de Lala Biasima, M. Deenabandhu,
Mukami McCrum y el Obispo Ambrosios de Oulu.)
Reverenda Biasima Lala
Documento No. DE 2
En las Sagradas Escrituras, notamos la voluntad divina de dotar a la creación de todo lo
necesario
para lograr la felicidad y la supervivencia del ser humano, como manifestación de su amor
y de
su justicia.
Durante el decenio, se hicieron campañas, conferencias, seminarios de formación
sobre
alfabetización económica y sobre actividades generadoras de ingresos que
condujeron a los
siguientes resultados:
Desafíos más allá del decenio
El decenio ha aportado muchas percepciones nuevas sobre cosas que, hasta ahora, las mujeres
ignoraban. Sin embargo, todavía quedan muchos desafíos.
He ahí la serie de desafíos aún por resolver y que requieren la solidaridad de
las iglesias con las
mujeres más allá del decenio que se cumple; y ello, en atención a nuestro
testimonio cristiano en
el mundo.
Violencia contra la
mujer
La práctica generalizada y el crecimiento de la violencia contra las
mujeres en
todo el mundo es, tal vez, la prueba más clara de la decadencia moral de nuestra
generación. Hoy,
reunidos aquí como comunidad mundial de iglesias, con el propósito de asimilar las
enseñanzas
extraídas del Decenio, nos vemos enfrentados a esta realidad aparentemente
irreversible.
Las visitas de Equipos del Decenio, a iglesias miembros -las Cartas Vivas- constataron que la
violencia contra la mujer es una realidad en todo el mundo. Los informes de los equipos observan
que, por encima de todas las divisiones de clase, raza, casta, edad, educación, cultura, lugar
y
denominación, las mujeres están expuestas a diferentes tipos de violencia
física, económica,
social, institucional, psicológica y espiritual. Además, quienes participamos en el
Festival del
Decenio, la semana pasada, hemos escuchado los conmovedores testimonios de mujeres que han
experimentado situaciones de violencia incluso dentro de la iglesia.
Yo vengo de la India, un país muy alabado por su ahimsa (no-violencia) y
dharma
(moralidad). Paradójicamente, es una sociedad cuya fuerza proviene de la omnipresente
influencia de dos formas culturales basadas en la exclusión: las castas y el patriarcado. No
se
trata pues, de una violencia puramente física, sino de una violencia estructural
cuidadosamente
concebida, alimentada y religiosamente santificada, que degrada la vida de los que son
excluidos. Yo estoy aquí representando a las víctimas de esas culturas: las mujeres
y los Dalits
(los oprimidos), que constituyen los sectores más despreciados, empobrecidos y
explotados de la
sociedad india. Entre ellos, la mujer dalit es "el dalit de los dalit". Es tres veces oprimida: por ser
pobre, dalit y mujer, lo que la convierte en la peor víctima de una violencia derivada de la
interrelación de clase, casta y sexo. Quisiera que hoy recordáramos a los millones de
hermanas
dalit que cada día son víctimas de distintos tipos de violencia. Estas culturas del
opresor han
penetrado a tal punto en las mentes de las víctimas que éstas aceptan la violencia
como algo
inevitable, y los demás no la ven. Así es que la India sigue en cabeza en lo que se
refiere a la
violencia contra la mujer. Cada año, algo más de
Durante nuestras visitas comprobamos que, en muchos casos, las iglesias consideran esto como
un fenómeno cultural, y no sólo se abstienen de reaccionar sino que a menudo
apoyan y
contribuyen activamente a perpetuar diversas formas de violencia contra las mujeres mediante el
lenguaje, la negación de oportunidades y de participación, el apoyo a los roles
estereotipados, etc.
Desgraciadamente, muchos cristianos consideran hoy que la responsabilidad de salvaguardar las
tradiciones de la iglesia institucional es un imperativo más fuerte que el hambre y la sed de
justicia y paz. Sin embargo, en medio de tan oscuro panorama, hemos visto signos de esperanza.
Hemos percibido una mayor conciencia entre las mujeres. Se están organizando para
resistir, para
luchar por la igualdad, la justicia y un trato equitativo. Están rompiendo la cultura del
silencio.
Están articulando sus puntos de vista respecto a un nuevo orden social basado en los
valores de
compañerismo, equidad y justicia. Están descubriendo el poder liberador de la fe
bíblica. Y aquí
reside el desafío. ¿Quiere la Iglesia seguir siendo guardiana de una cultura de la
violencia o ser
catalizadora de la cultura de la vida?
Al finalizar el Decenio, una de sus grandes preocupaciones, la "violencia contra las mujeres", se
traduce en algunas posibilidades:
1. En situaciones caracterizadas por valores, estructuras y culturas de opresión en las
relaciones humanas, el desafío para las iglesias es ser capaces de presentar alternativas en
las
formas y en las funciones. En una época en que la vida es negada, degradada y convertida
en una
carga para más de la mitad de la población del mundo, no debemos ya considerar
que esto es un
problema de las mujeres, sino un problema que nos obliga a defender la vida y la dignidad de
cada ser humano. Esto implica un redescubrimiento de lo que significa ser iglesia. La Iglesia
está
llamada a ser no sólo una comunidad de creyentes preocupados por lo meramente
espiritual, sino
una presencia transformadora, que recuerde con su vida y sus actos la promesa de la venida del
reino de Dios. Superar la violencia desde el seno mismo de su estructura, en sus relaciones, su
interpretación de la Biblia y su lenguaje es la tarea más urgente de la Iglesia.
2. Al tiempo que afirmamos la necesidad de contextualización e inculturación,
debemos
también afirmar activamente el poder transformador del evangelio como elemento que
contrarresta y transforma todo lo injusto de una cultura. Ésta no puede ser utilizada como
una
excusa para justificar la inacción. La Iglesia debe dejar de patrocinar las culturas de los
opresores
y -obedeciendo al Dios de liberación- comenzar a hacer suyas las culturas y los anhelos de
los
oprimidos. La cultura es una realidad cambiante que puede ser transformada. En muchos lugares
hemos percibido que la Iglesia se queda rezagada, incluso cuando ciertas rígidas
sociedades
patriarcales, como en la India, han comenzado a dar muestras de una mayor sensibilidad y
desarrollan acciones prácticas para hacer justicia a las mujeres. Tal vez éste sea por
lo menos uno
de los aspectos en los cuales la Iglesia debería seguir al mundo.
3. Tal como sucede con los Dalits y muchos otros grupos oprimidos, las mujeres están
hoy
despertando. Los numerosos movimientos de base y la solidaridad que deriva de sus experiencias
compartidas sobre las barreras con que tropiezan dan testimonio de un nuevo espíritu
ecuménico.
La Iglesia debe mostrar discernimiento, y participar activamente en estos grupos
ecuménicos de
base que luchan por la justicia, la libertad y la vida. Si no lo hace, perderá la oportunidad
de
convertirse en aliada de las fuerzas de la vida.
Rev. Deenabandhu Manchala
Documento No. DE 3
15.000 mujeres son violadas,
15.000 son raptadas o secuestradas,
7.000 novias son asesinadas por no aportar la dote requerida,
30.000 son torturadas
30.000 son acosadas
15.000 son hostigadas, y aproximadamente
15.000 son condenadas a un tráfico inmoral (lo que, por supuesto, significa
prostitución).
Se registran cerca de 125.000 de estos casos de delitos contra mujeres. Además, entre los
fallecidos por enfermedades, epidemias, calamidades naturales, enfrentamientos entre castas y
comunidades y luchas étnicas, la mayoría son mujeres.
"El Racismo contra las
Mujeres"
Les hablo hoy desde la perspectiva de mis múltiples identidades, como
mujer
negra, madre, hija, hermana, esposa, y como cristiana. Como mujer negra me enfrento al racismo
cada día de mi vida. Como madre, me debato con el racismo contra mis hijos. Como
hermana,
comparto el dolor de mis hermanas cuando me cuentan sus historias. Como hija, mi deber filial,
me conecta con generaciones pasadas y presentes de mujeres negras de frica, Asia, el
Pacífico,
el Caribe, América Latina y Australasia, indígenas, migrantes y refugiadas que han
padecido
infortunios en su lucha contra la esclavitud y el racismo colonial e imperial. Como esposa, siento
que mi corazón se paraliza de miedo con el ulular de las ambulancias...
¿Habrán herido a mi
marido y a mi hijo en la manifestación antirracista? Como cristiana, busco respuestas de la
iglesia a mis problemas y me pregunto por qué no podemos amarnos mutuamente como
nos
mandó Cristo.
Se esperaba que el Decenio de las Iglesias en Solidaridad con las Mujeres sería una
respuesta
directa a los problemas y preocupaciones de las mujeres. Pero cuando pregunto a las mujeres
sobre sus experiencias del Decenio, normalmente, la mayoría responde:
"¿Qué Decenio?".
Cuando hago la misma pregunta a mujeres negras, me contestan: "¿Qué decenio,
qué mujeres?
"Esto me sugiere que aún no se ha eliminado la "piedra del racismo", aunque se la haya
"desplazado". Tengo la impresión de que tanto las iglesias como el movimiento de mujeres
no
han llegado a las minorías raciales, las mujeres migrantes y las mujeres indígenas.
Esta idea se
basa en que estas mujeres son víctimas del racismo, la opresión y la
explotación ejercidas por
mujeres y hombres del color, la cultura, la religión y la clase dominante en la
mayoría de los
países del mundo. Las iglesias no parecen haberse dado cuenta de este detalle tan
importante.
Muchos hombres y mujeres de la comunidad eclesiástica se horrorizan cuando les
contamos
nuestras experiencias de racismo dentro de la iglesia. Ello se debe a que nunca pensarían
en
romper ventanas con ladrillos, escribir grafitis insultantes, escupir o atacar a mujeres. Sin
embargo, se olvidan de que la forma más taimada y persistente de racismo es la
"exclusión y la
invisibilidad" de esas mujeres de todos los aspectos de la vida comunitaria de la iglesia. Parece
que, excepto en iglesias dirigidas por negros, el resto de la comunidad eclesiástica no ha
comprendido que la solidaridad con las mujeres ha de incluirnos a nosotras también. Una
vez,
una mujer me dijo: "Te sientes muy herida cuando unas hermanas blancas, a quienes conoces
desde hace años, te dicen nos olvidamos de invitarte' o no sabíamos que te
interesaría'. ¿Cómo
pueden volverse tan invisibles las necesidades de personas tan visibles por su color?".
SISTERS es una red de mujeres de alcance mundial. Ha reunido a mujeres del frica, Asia, el
Caribe, las Américas, Europa y el Pacífico, y ahora podemos decir con verdad que
todas somos
vecinas en el mundo. Muchas mujeres ahora reconocen las similitudes en la opresión de
las
mujeres, y la necesidad de apoyarse mutuamente y de oponerse juntas al racismo.
1) Las luchas de las mujeres Dalit en la India, y las luchas de las mujeres indígenas en el
mundo
entero. Los Dalit son el sector más despreciado, empobrecido y explotado de la sociedad
india.
La mujer Dalit es tres veces oprimida por ser Dalit, mujer y pobre, lo que la hace la peor
víctima
de la violencia por la interacción de clase, casta y sexo. Si se reemplaza la palabra Dalit'
por
negra', el mensaje es el mismo. La casta es una forma de racismo que es preciso combatir a
nivel institucional e ideológico.
2) El vínculo entre racismo y tráfico de personas es obvio. La mayoría de
las mujeres pobres
viven en países en desarrollo con una población predominantemente negra. Existe
un vínculo
histórico entre racismo y explotación. Hoy, las fuerzas políticas, sociales y
económicas
mundiales siguen explotando esos países, y a las mujeres se las considera simples
artículos de
compra y venta en el mercado. El racismo contribuye a la pobreza, dejando a mujeres y
niños en
la indigencia y haciéndolos así vulnerables a los criminales que los esclavizan y los
venden a
países en donde la xenofobia, combinada con leyes de inmigración hostiles y
racistas, los enredan
en una vida de prostitución y de violencia. El racismo y la trata de mujeres son violaciones
graves de los derechos humanos.
Para el movimiento de mujeres, en un momento en el que se esperan muchos cambios mientras
nos acercamos al milenio, una cosa permanece: el racismo y su capacidad de atravesar fronteras
nacionales y geográficas, como un huracán, causando devastación, rompiendo
y fragmentando
cualquier forma de solidaridad entre las mujeres. Para tener la seguridad de que los dones de
todas las mujeres siguen floreciendo, deben ocurrir varias cosas. El Decenio ha ayudado a abrir
muchos ojos y no podemos volver al lugar oscuro y frío habitado por mujeres sin voz.
Hemos
denunciado y reprobado todas las formas de opresión contra las mujeres. Sin embargo,
debemos
tenernos firmemente de la mano juntas, seguir formulando los problemas y las batallas que se
originan en los vínculos entre la privación económica extrema y la pobreza,
por una parte, y los
factores políticos, religiosos, legales y culturales que legitiman el racismo, por la otra.
A mi hija y a las jóvenes de todas partes les digo: cuando se sienten a la sombra de los
árboles
que plantaron su madre, su tía o su abuela, cúidenlos bien; estén alertas;
túrnense para dormir;
protéjanlos bien, sin olvidar nunca que hay fuerzas allí fuera que preferirían
derribarlos y
arrancarlos de raíz. Mientras los cuidan, siembren semillas para que nazcan más
árboles para sus
hijos.
A las iglesias y al CMI les digo que me gustaría proclamar los desafíos enumerados
en las Cartas
Vivas. Además, pido a las iglesias, y en particular a nuestras hermanas blancas, que :
Mukami McCrum
Documento No. DE 4
Sin embargo, decir que el
Decenio no ha cambiado nada es negar los esfuerzos y los logros, aunque modestos, de miles de
mujeres que han trabajado duro para plantear cuestiones y preocupaciones, superando sus
indisposiciones o fatigas. Es también fundamental que aplaudamos los esfuerzos de la
iglesia y
que reconozcamos lo que es debido. Tengo presente el éxito de programas como Mujeres
víctimas del racismo y SISTERS.
Con orgullo, puedo decir que una herida hecha a una
hermana es ya una herida a todas, y una preocupación para todas. Aunque toda forma de
racismo
es obscena y es pecado, el tiempo no me permite mencionar todos los tipos de luchas; sin
embargo, hay dos ejemplos dignos de mención:
La Iglesia debe hacer esto, consciente de que el racismo no respeta límites de iglesias,
estados o
naciones. Por consiguiente, es imperativo que la lucha contra el racismo no se encierre en esos
límites. Pido a la Iglesia que acompañe, defienda y apoye a las organizaciones de
mujeres que
están en vanguardia de la lucha contra todas las formas de racismo. Esto exige que la
Iglesia esté
codo a codo con las mujeres negras, migrantes, refugiadas e indígenas, en contra de las
fuerzas
opresivas y la poderosa maquinaria estatal que a menudo se movilizan contra ellas. Debemos
exigir la aplicación de la Declaración de los Derechos Humanos, en reconocimiento
del hecho de
que el racismo es una forma de violencia.
La tarea acaba de comenzar. Mi oración y mi anhelo se dirigen a un milenio sin racismo.
Que
Dios esté con nosotros.
Participación de las mujeres en
la vida
de la Iglesia
"Vuestra Cruz ha derrotado a la muerte - habéis transformado en
alegría los
lamentos de los portadores de mirra" (Himno ortodoxo de Resurrección).
Desde el punto de vista de las iglesias, el Decenio Ecuménico de Solidaridad de las
Iglesias con
las Mujeres ha tenido gran importancia en el CMI y en sus iglesias miembros. Nos ha ayudado a
ver, de manera más crítica, algunas de las limitaciones de los procesos actuales de
toma de
decisiones, así como de las estructuras de poder en nuestras iglesias y su falta de
transparencia y
de inclusividad. En muchos lugares, las mujeres siguen siendo invisibles e ignoradas, a pesar de
que la comunidad de la Iglesia debería ser, siempre, la comunidad de mujeres y hombres.
Las
preocupaciones e intereses de las mujeres son de vital importancia para el fortalecimiento y el
bienestar de la Iglesia en su totalidad. Por lo que respecta al futuro de nuestras iglesias,
soñamos
y buscamos una comunidad que esté atenta y responda a las esperanzas, los sueños e
incluso a las
frustraciones de sus miembros. La Iglesia debe ser fuente de liberación para hombres y
mujeres
por igual porque todos hemos sido creados a imagen de Dios y estamos llamados a glorificar a
Dios en su tarea de hacer de la Iglesia una comunidad.
Estamos muy agradecidos por haber podido participar en diversas actividades del Decenio y en
los equipos de visitas de mitad del Decenio. Estas actividades nos han permitido comprender el
significado profundo y constructivo del Decenio. Al principio, algunas de las iglesias más
tradicionales manifestaron algunas dudas y reservas. Pero gradualmente, fuimos comprendiendo
que el Decenio no era un movimiento feminista - aunque también esto es necesario - sino
algo
que atañe a toda la Iglesia, a su propia comprensión y naturaleza eclesial. En el
Decenio no se
intentó cuestionar las tradiciones de iglesias que no admiten la ordenación de
mujeres. Para
nosotros, el trabajo del Decenio no ha sido una amenaza, sino un método de acción
positivo
utilizado por nuestras iglesias.
El Evangelio tiene la obligación y la capacidad de criticar la cultura. Durante las visitas de
grupos
y posteriormente, muchos hombres, entre los que me cuento, se sintieron conmovidos al
comprobar - por primera vez- de cuánta violencia e injusticia económica son
víctimas las
mujeres, por razones culturales o de otro tipo, dentro y fuera de las iglesias en todo el mundo.
Todo parece indicar que ninguna región está libre de manejos encubiertos para
reprimir o
marginar a las mujeres de diferentes maneras.
Por esta razón, tendremos el deber y el privilegio de transmitir a nuestras iglesias los frutos
y
resultados de este Decenio.
En muchos casos, las teologías contextuales necesitan corregir sus estereotipos acerca de
la
calidad de nuestra participación, solidaridad, amor y confianza mutua entre mujeres y
hombres,
por ejemplo en la adopción de decisiones, la formación teológica y el papel de
los laicos en el
ministerio en cada iglesia. El desafío que nos lanzó el Decenio debería
conservar su vigencia.
Guiados por el Espíritu podremos entonces transformarnos -en cada iglesia- en mujeres y
hombres "cartas de Cristo escritas no con tinta sino con el Espíritu del Dios vivo, no en
tablas de
piedra sino en tablas de carne, en los corazones" (2¦ Corintios 3:3).
Fase 3 - La
Anticipación
"Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no
se
ve." Hebreos 11:1
Hubo un día en nuestra historia como pueblo de fe, en aquella primera mañana de
Pascua, en el
que las mujeres descubrieron que Jesús había resucitado de entre los muertos. Sin
embargo, su
testimonio ante los apóstoles fue rechazado como una historia fútil. No creyeron su
testimonio de
la buena nueva.
En las visitas de equipo de "Cartas Vivas" se
señaló que las
mujeres son efectivamente los pilares de la iglesia en todas las regiones del mundo. Son la
médula del Cuerpo de Cristo. Tal como en esa primera mañana de Pascua, la
fidelidad y el
testimonio de las mujeres sigue sustentando y nutriendo a la iglesia. Aprendimos
irrefutablemente que las mujeres aman la iglesia, como siempre lo hemos hecho. En esta
época,
como lo descubrieron las Cartas Vivas visita tras visita, las mujeres más que nunca se
están
percatando de que los dones que Dios les ha dado son contribuciones valiosísimas para la
vida de
toda la Iglesia y de todo el mundo. Y las mujeres están urgiendo claramente a la Iglesia,
como el
Cuerpo de Cristo, a que encarne el ministerio de justicia de Cristo en donde quiera que haya
injusticia, que siga el ejemplo de inclusividad de Cristo donde quiera que haya personas
excluidas, sea en la iglesia o en la sociedad. La llamada a ser agentes de cambio comenzó
con
las enseñanzas de Jesús, que repudiaban muchas de las actitudes tradicionales
respecto de las
mujeres, y las enseñanzas que trazaban caminos para que las mujeres y los hombres
vivieran
como copartícipes en pie de igualdad, en el hogar, en la comunidad de fe y en la sociedad.
Las
mujeres - y por fortuna muchos hombres - no se han quedado ociosos. Aprendimos hasta
qué
punto son mundiales y ecuménicos el compromiso y la energía necesarios para
superar cualquier
obstáculo que divida a los fieles de nuestras iglesias y nos impida vivir en solidaridad con
todas
las personas del mundo.
Las visitas de equipo, que se efectuaron a casi todas las iglesias miembros, demostraron
cómo la
solidaridad y la sensibilidad cultural pueden ir juntas. Las visitas han alentado a las iglesias de
cada contexto y tradición a que hablen. Han permitido que las mujeres y los hombres de
cada
iglesia percibieran lo que significa la solidaridad con las mujeres en su entorno. En efecto, las
visitas ofrecen un modelo de cómo el CMI podría abordar otras cuestiones del
ámbito
ecuménico.
Hay signos patentes de esperanza que los equipos de visita han descubierto. Estos signos nos dan
la esperanza que nos permite prever que los logros del Decenio habrán tenido un
significado
duradero y transformador para las iglesias y el CMI. Se han logrado cambios positivos. En
muchos lugares, dirigentes de la iglesia están examinando sus prioridades, poniendo ante
toda la
iglesia la condición de la mujer en la institución y la llamada de las iglesias a
participar en la
misión de Dios, aprender de la visión del Profeta Amós, rellenando las
brechas, levantando las
ruinas, características de la situación de tantísimas mujeres. Hemos
oído poderosos testimonios
de hombres que, según sus propias palabras, se han "convertido". Ha florecido la
solidaridad
entre las mujeres, aunándolas a través de barreras humanas de raza, clase,
nacionalidad,
confesión, perspectiva teológica y vocación en la iglesia. Las mujeres han
progresado
apoyándose mutuamente en situaciones de guerra y de violencia. El Decenio y las visitas
de
equipo han sido positivas para las iglesias y sus miembros, en especial, pero no exclusivamente,
para las mujeres. El Decenio ha sido un don de Dios a las iglesias y al Movimiento
Ecuménico.
Sin embargo, lamentablemente, también ha habido signos patentes de desánimo.
Nos produjo
tristeza y rabia darnos cuenta de que la experiencia que las mujeres tenemos en común, al
margen
de nuestra situación en la iglesia o en la sociedad, es la experiencia de la violencia, en
nuestros
hogares, nuestras sociedades, y hasta en nuestras iglesias. La "cultura del silencio" por lo que
respecta a la violencia ha sido tan ensordecedora que, a veces, se ha sentido como una
conspiración. El Cuerpo de Cristo existe para transformar y no para ser transformado por
el
mundo. Aun así, descubrimos la tendencia generalizada a utilizar la palabra "cultura"
como
baluarte de defensa contra el cuestionamiento de las actitudes y las prácticas tradicionales
hacia
las mujeres. También ha habido logros notables en muchas iglesias, pero el Decenio ha
sido
ampliamente un Decenio de mujeres que cultivan la solidaridad con las mujeres de todo el
mundo. En general, las iglesias no han permitido que los objetivos y el proceso del Decenio
introduzcan en el conjunto de la iglesia nuevas visiones de fidelidad al Evangelio. En todas
partes ha habido una enorme brecha entre las palabras y las acciones. Estos signos nos recuerdan
que debemos confesar que los objetivos del Decenio todavía pasan por alto a las iglesias.
Es
claro que el programa del decenio está incompleto.
No obstante, en medio de estas actualidades, las mujeres y los hombres solidarios han
demostrado un extraordinario coraje y dedicación a las iglesias y a la curación,
dando sentido a la
palabra del Evangelio. Se han cuestionado abiertamente los modelos de discriminación y
opresión. El coraje y la dedicación no se perderán.
Cuando se lanzó el Decenio, muchos temíamos que al centrar la atención en
un determinado
marco temporal, corríamos el riesgo de que las iglesias y el CMI vieran un día
llegar el fin del
Decenio con un suspiro de alivio y volverían a desatender la visión, la
energía y los recursos
necesarios para mantener la iglesia en su camino hacia la salud y la plenitud. Sin embargo,
sabíamos que había llegado el momento de fijar una intensa atención en esta
permanente empresa
ecuménica. Estamos en el final del Decenio; sin embargo, más importante
aún es que estamos en
la cúspide de un período de kairós. Haríamos bien en recordar que las
mujeres que se acercaron
a la tumba en la primera Pascua, descubrieron que con la piedra desplazada no acababa su tarea
sino que se las invitaba - y a los demás discípulos - a emprender un camino de vida
y testimonio
hacia el Cristo resucitado que nos redime y nos libera de todo lo ajeno a lo que significa ser
creados hombres y mujeres, a imagen de Dios. El Decenio ha resultado, en muchos aspectos,
más de lo que preveíamos, pero mucho menos de lo que soñábamos,
esperábamos y por lo cual
habíamos orado.
La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Nos acercamos a
la
culminación del Decenio y al paso al siglo XXI con un llamamiento renovado a las iglesias
a que
construyan a partir de los logros y el trabajo inacabado del Decenio. Lo hacemos confiadas en
que el Dios que buscamos es fiel a sus propias promesas. Nos unimos a la multitud de testigos de
esta generación y de generaciones pasadas previendo que Dios continuará actuando
con las
iglesias y las personas de fe en la transformación de la vida de las personas, nuestras
iglesias,
nuestras culturas y nuestro mundo.
El Festival del Decenio presenta a esta Asamblea y a las iglesias a las que representamos el
comunicado "Desafíos de las Mujeres: Hacia el Siglo XXI". Plantea desafíos
específicos que
llaman a la acción. La búsqueda de la justicia económica continúa,
especialmente en las formas
en que mujeres y niños son los más directamente afectados por las tendencias de la
mundialización de la economía. Todavía no hemos respondido fielmente al
imperativo ético y
teológico de la iglesia de abrazar y facilitar la plena participación de todas las
personas. Hemos
iniciado el camino hacia la responsabilización de las mujeres para compartir la plenitud de
sus
dones y para permitir que la iglesia se enriquezca con ellos; sin embargo, todavía nos
queda
mucho por recorrer. Las mujeres han encontrado formas de crecer en solidaridad con personas a
través de los muros del racismo y de las tensiones étnicas. El Movimiento
Ecuménico y nuestras
iglesias están llamados a seguir apoyando ese liderazgo de las mujeres. Las mujeres saben
que la
violencia contra ellas, de cualquier forma que fuere, es pecado, e instan a las iglesias a dar un
valiente paso para declararlo, del mismo modo que las iglesias han denunciado
ecuménicamente
otros pecados sociales como contrarios a la propia esencia de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.
Observemos el símbolo del agua. Recordemos las proféticas palabras de
Amós: "...corra el juicio
como las aguas y la justicia como arroyo impetuoso." A las mujeres y los hombres que han
trabajado en el jardín del Decenio, les podríamos decir que sean valientes. Con
frecuencia, la
semilla de la Palabra de Dios cae en lugares desconocidos e imprevisibles. A menudo salen
nuevos brotes tardíos en donde los labradores han arado la tierra pedregosa y plantado
semillas.
Con frecuencia son quienes más tarde cruzan el jardín quienes descubren la
transformación. La
cosecha es copiosa y se necesitan más operarios. Nuestra esperanza es lo que aún
está por venir
cuando nuestras iglesias y nuestras sociedades se alimenten con las aguas del juicio y los arroyos
de la justicia.
Metropolitano Ambrosius de Oulu, Finlandia:
Document No. DE 5
(Esta fase incluye la presentaci&0acute;n de
los hombres y las mujeres que asisteron al Festival de la Década
de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres y lo moderará Bertrice Wood).
Carta a la Octava Asamblea
del Consejo Mundial de Iglesias de las Mujeres y los Hombres Participantes en el Festival del
Decenio:
DE LA SOLIDARIDAD A LA RESPONSABILIDAD
Signos de esperanza y signos de
desesperanza: Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las
Mujeres
Bertrice Y. Wood
Documento No. DE 7
La buena nueva para la vida de la iglesia a lo largo de las generaciones es que ese rechazo no fue
la última palabra acerca del cumplimiento de las promesas de Dios en la
Resurrección. Aunque
testimonios presenciales y sinceros relatos de muchos creyentes, especialmente de mujeres, de las
poderosas intervenciones de Dios en la historia se han desechado como historias fútiles,
una de
las importantes afirmaciones que nos recuerda el Decenio de Solidaridad de las Iglesias con las
Mujeres es que las mujeres no han sido meras espectadoras ociosas.
Plenarias
deliberativas
Octava
Asamblea y 50 Aniversario